Desde Samos a Sarria, rumbo a Portomarin, se empieza a perder
aceleradamente el espíritu del Camino. Los paisajes siguen siendo hermosos, los
poblados llenos de vida, gente que trabaja atendiendo sus tierras y animales,
se suceden continuamente y lo hace totalmente entretenido e interesante, pero…
Sí, siempre aparece un pero, para lograr la Compostela que documenta la
peregrinación a Santiago, se tienen que hacer por lo menos 100 km. a pie o 200
km. en bicicleta. Por lo tanto un gran porcentaje de gente inicia su travesía
en Sarria, último lugar desde donde se puede calificar para el documento. La
gente aparece de todos lados, los senderos se llenan de estudiantes, turistas
extranjeros, buses que llevan gente a hacer los 100 km. de a tramos. La
congestión se vuelve reina y los que vienen caminando por alrededor de 27 días,
se sienten casi desplazados.
Hacía varios días que no veía a Ana, una enfermera de Madrid, que por
grandes trechos, desde los Pirineos, compartimos distancias y albergues. A ella
le gustaba caminar con sus propios planes y horarios, así que a veces la
perdíamos para volverla a encontrar días después, una persona muy linda para
intercambiar ideas, conocedora del Camino y más que nada de su España. A poca
distancia de Sarria, yo sentado a la orilla de un estrecho sendero, esperaba
que un grupo de más de cien estudiantes con sus chaperones, que casi me
atropellan y pasan por encima, terminara de pasar.
Estaba al borde del mal humor, ya que minutos después de sobrepasarme
esa muchedumbre, dos buses llenos de escandinavos, descargaba sus turigrinos
delante de mí. Esa carga de gente mucho mayor que yo, se movía como una sola
masa, a velocidad de tortuga. Me llene de desolación, vi como lo que hasta
ahora había sido una felicidad, se transformaba en una lucha por espacio en los
senderos.
Sentado ahí, vi que se acercaba la figura de Ana, lentamente, como
cansada…” Por Dios, esto es una romería” fueron las primeras palabras que
le escuche, “en el primer lugar que encuentre locomoción, me marchare a Madrid
y volveré a completar el recorrido en invierno, sin mosquitos ni turistas”.
Conversamos un rato, esperando que hubiera menos gente, pero al final
seguimos caminando y refunfuñando, desilusionados por el día que nos esperaba.
En el primer pueblo al que llegamos, se despidió de mí y nunca mas la vi.
Los animales del campo pasaron a ser la distracción para seguir
disfrutando un poco un dia que ya se veía arruinado. Pero Galicia es Galicia y
en poco rato me levanto el espíritu. Comí tortas de leche frita, que una
anciana ofrecía al borde del camino, recibí unos dulces higos de regalo, robe
uvas de un parral, probé y compre cremosos quesos recién hechos, me acerque a
un establo donde estaban ordeñando y me tome un vaso de leche al pie de la
vaca, como en mi Florida natal. En síntesis, como que volví a la infancia en mi
pueblo, donde los gallegos y los vascos nos brindaban los mismos manjares.
La llegada al marcador de que quedaba solo 100 Km. me encontró solo,
pero por alguna razón se volvió en un momento emocionante, cada vez veía la
meta más cerca, cada vez me parecía más increíble todo lo que había caminado
para llegar hasta allí. Me puse a pensar a todo lo que había aprendido del
grupo, del Camino, de España y más que nada sobre mí. La aventura todavía me
parecía mentira.
Dos largos puentes reciben al caminante a la entrada de Portomarin, uno
casi al nivel del rio, con sus arcos romanos y que data de mucho tiempo atrás.
El otro un alto puente, preparado para estar por sobre el nivel del embalsado,
tiene un estrecho sendero para peatones. Desde la altura se pueden ver los
restos del antiguo pueblo que quedo bajo las aguas cuando se hizo el embalse.
Al final una majestuosa escalera da la entrada al pueblo.
La sensación que da al ver esas ruinas en el lecho del rio, es de
tristeza.
¿Quién sabe cuántas historias familiares yacen en las claras
aguas? La iglesia, como siempre, atesoradora de secretos y misterios de
siglos, fue movida piedra a piedra y reconstruida en lo más alto del nuevo pueblo
y frente al Ayuntamiento, formando hoy parte de la Plaza Mayor y centro de
reunión de la comunidad.
Debido a la cantidad de peregrinos y turigrinos, el pueblo estaba lleno
totalmente, otra vez los salvadores del día fueron Raul y Javi que habían
reservado espacio para todo nuestro grupo antes de salir de Samos.
En el bonito y bien cuidado albergue privado, nos encontramos y
conocimos a los padres y la hermana de Carlos, el mejicano, que también se
plegaban al Camino. Con esta familia, compartimos lindos momentos de plática,
donde el patriarca de la familia, demostró ser un hombre con mucha experiencia
bajo el sombrero y cantidades enormes de anécdotas e historias que demandaban
atención.
Una buena estadía fue disfrutada por todos, como siempre, Jordi y Yo,
buscando un poco de tranquilidad, nos fuimos a un restaurante junto al rio,
desde donde admiramos la caída del sol mientras nos saciábamos el apetito.
La seguimos… falta poco para parar en Santiago.