O Cebreiro, es un pueblo que parece escapado de un libro de
fabulas. Su iglesia, sus casas con techos de paja, sus calles de piedra, una
vista incomparable, donde pareces que estas tocando el cielo, su aislamiento,
todo eso junto lo hace un lugar muy especial.
Quizás no esté tan aislado como le parece al peregrino, pero
después de sufrir por horas en la intensa y extensa subida, da la sensación de
estar en el medio de la nada. Como yo había hecho la primera parte de la ruta
en ómnibus, llegue al lugar temprano, las calles vacías lo hacían aparecer como
un escenario preparado para una película sobre Hansel y Gretel.
El albergue todavía estaba cerrado y mi cansancio y dolor de
pies y pantorrillas era enorme, así que me fui a una de los tantos lugares
privados que hay, allí encontré una pieza para dos personas a un precio casi
razonable y la tome enseguida, para poder descansar y a la vez asegurarme que
Jordi tendría un lugar donde quedarse cuando arribara. Me habían dicho que todo
se llenaba pronto y no quería correr el riesgo de dejar al cumpleañero sin
cama.
Después de descansar un rato y darme una buena ducha, salí a
recorrer el lugar y tomar algunas fotografías. La iglesia, a esta hora
totalmente vacía, me lleno de una paz especial, yo no sabía mucho sobre ella,
pero solo al entrar me di cuenta que estaba en un lugar muy diferente y cargado
de esa energía que a veces se encuentra en el Camino.
Más adelante y con más tiempo les voy a contar sobre el cura
Elías Valiña, que desde aquí comenzó con el renacimiento del Camino, el Cáliz
de la Sangre y otras historias referentes, por hoy, les digo que cuando entras
a esta Iglesia te sientes inmediatamente conmovido.
Al paso me recorrí todo el pueblo que no cuenta con más de
treinta o cuarenta casas, varios lugares de comida y negocios de venta de
recuerdos y parafernalia asociada con el Camino. Me senté en un bar y de a poco
vi llegar a la multitud de peregrinos, entre ellos los de la “barra” con la que
hace días venimos conviviendo. De a uno o dos, todos cansados, sudorosos y
hediondos, llegaban con una sonrisa en la cara, por el lugar que habían
encontrado y por la satisfacción de haber terminado una etapa por demás
exigente. Pasaban por la mesa donde yo estaba, se tomaban una fría y de apuro
partían para conseguir albergue. Mi pregunta y la respuesta se repetían con
cada uno que llegaba… ¿y Jordi?... viene más atrás y hoy anda lento.
Me parece que de golpe, ese día le pegaron sus 60 años, que
lo sorprendieron en media montaña. A medidas que pasaban las horas, ya habían
llegado casi todos, prontos para festejar con el Catalán, que de cierta forma
era el cemento que mantenía este grupo unido.
Nos comimos unos chuletones en una gran mesa de piedra que
se volvió nuestro campamento y punto de reunión, cambiábamos historias y
cuentos del viaje, pero siempre con un ojo mirando hacia la entrada del pueblo,
donde esperábamos que en cualquier momento apareciera Jordi. Al pasar de las
horas, me entro a preocupar que mi amigo y compañero de viaje, inseparable,
hubiera tenido algún percance.
Deje al grupo en el bar, compre una Coca Cola bien fría y la
envolví en unas hojas de periódico para evitar que se calentara. De a poco
comencé a desandar la ruta, montaña abajo, para ver si lo veía venir,
escudriñando la distancia hasta donde se podía, buscaba con ansias, esperando
verlo. Salí unos 600 o setecientos metros hacia abajo, el sol caía con maldad y
dureza sobre los hombros, el camino escabroso era más feo para bajar, de lo que
había sido para subir. Raúl venía a paso lento, lo espere a la sombra de un
arbusto, cuando llego a mí me aseguro que Jordi venia más atrás pero bien y no
muy lejos.
Unos diez minutos después, divise a mi amigo, su figura
inconfundible, de largas patas flacas, se desplazaba más despacio de su normal,
pero avanzaba. Sentado en una roca lo espere, ya contento de saber que todo
estaba bien y que no se había arruinado la celebración que le teníamos
preparada, con torta y todo. Cuando le di la Coca Cola fría, se le ilumino la
cara, había tenido un día difícil y se le notaba, juntos seguimos cuesta arriba
y el camino se nos hizo más corto.
Por suerte ya teníamos alojamiento, porque a esta hora el
pueblo ya parecía una romería, peregrinos, bicigrinos y turigrinos, habían
invadido y colmado todos los espacios, al punto que los taxímetros del lugar,
se estaban haciendo la zafra llevando gente a lugares en los alrededores, donde
todavía quedaban algunas camas disponibles.
Ya en la tardecita, todos juntos otra vez, comenzamos con
los festejos, que duraron hasta como las diez de la noche. Yo había quedado
impresionado por la iglesia, así que me retire solo para ir a misa. Vale decir
que la misa estuvo hermosa, pero lo que más recuerdo, es q ue se hizo con
las puertas abiertas, la solemnidad de la ceremonia, se veía puntuada por los
cantos, música y risas que llegaban desde los bares y restaurantes del lugar,
que a pocos metros de distancia, estaban todos repletos.
Al volver, Jordi y Yo nos fuimos a cenar juntos, descansamos
un poco del jolgorio general, cenamos opíparamente, brindamos por sus 60 y
después de unos chupitos de orujo, nos reunimos nuevamente con el grupo, que a
esta hora ya muy contentos, tenían preparada una gran Tarta de Santiago para
cerrar la celebración.
En todo sentido, fue un día muy especial, donde el grupo,
firmemente consolidado disfruto mucho… después todos a dormir, porque esto no
termina aquí, ya que hasta Santiago no paramos.