Creo que se llama Fermín, a decir verdad no me acuerdo con
certeza, para mí fue “Mary Poppins”, lo vi por primera vez como dos horas antes
de llegar a Tosantos, en un día de un calor avasallante, el iba a su paso, con
poco bulto en su mochila, fresquito como una lechuga, caminando bajo su paragua
negro, era una figura que no pegaba ni con el momento ni con el lugar. Parecía
que en cualquier momento su cuerpo retacón y rotundo, iba a levantar vuelo
impulsado por su instrumento. Por varios días hicimos camino casi juntos, pero
lo más notable era que siempre andaba en la vuelta cuando un peregrino mandaba
a servir en un bar, pero también tenía una calidad suprema para desaparecer
cuando llegaba el turno de mandar su ronda. En los cinco o seis días en los que
cruzamos camino, nunca le vi el color a uno de sus euros, pero igual resultaba
simpático a pesar de su frugalidad.
De Tosantos partimos bajo la lluvia, Mary Poppins y Jordi
marcaban el paso adelante, yo salí con un montón de cosas en la cabeza, durante
la primera hora de camino, debatí conmigo mismo la idea de volver atrás y
quedarme uno
o dos días en ese albergue, con esa gente que me había intrigado
tanto. Pero Santiago me intimaba a seguir.
Durante todo el día, fue un sube y baja de grandes colinas,
atravesando frondosos bosques, largos trechos de senda sin respiro y sin
poblaciones. La lluvia seguía pegando por las primeras tres horas, era lindo
ver los grupos de peregrinos que se detenían en diferentes puntos a sacarse las
ropas de lluvia cuando escampaba, minutos más adelante a protegerse otra vez.
El único constante, era la figura de Mary Poppins a quien se le identificaba a
lo lejos por su negro paraguas.
Otro momento destacable, fue encontrarse en medio camino, un
monumento a los caídos de la guerra civil de 1936, la mayoría de los peregrinos
pasaban y reverentemente agachaban la cabeza o decían una oración a la pasada,
yo, no sé porque, quizás porque venía de momentos muy emotivos vividos en Viana
primero y en Tosantos después, me sentí profundamente afectado, más que nada
cuando a poca distancia del monumento, encuentro algo que me aflojo las
piernas. Por razones fisiológicas tuve que derivarme hacia el bosque, camine
fuera de la senda trazada unos doscientos metros para internarme
entre los
árboles y ahí, cercada por una verja de hierro y con una pequeña placa había
una tumba común con los restos de esos soldados que ahí habían perdido su vida.
El pecho se me apretaba pensando en las injusticias de la
guerra, en que en ellas solo sufre la carne de cañón, es decir, los que más
muertos dan son los pobres y los menos privilegiados. Le iba a sacar una foto,
pero algo dentro de mí me hizo guardar el teléfono, me parecía una falta de
respeto. Creo que rece unos minutos. Volví a la senda.
Me costó mucho el colgarme la mochila, espiritualmente venía
siendo castigado con buenas y malas que no paraban de presentarse. Seguí casi
como sonámbulo, sin sufrir o disfrutar del paisaje que me rodeaba, sin tener
noción del tiempo o la distancia, el dolor en las piernas se empezó a apoderar
de mí, me acalambraba, cuando me di cuenta que lo que me faltaba era agua, me
estaba deshidratando, levanto la cabeza y veo que delante mío a poca distancia
ya estaba San Juan de Ortega, había hecho unos 19 km. con la mente totalmente
ocupada, todavía tenía necesidad de ir al baño, cosa que había dejado pendiente
muchos kilómetros atrás.
Bajo una sombrilla, frente al único bar del lugar, Jordi se
comía un bocadillo con una cañita, Mary Poppins y otros peregrinos con los que
siempre nos veíamos, terminaban el descanso y seguían su ruta, otros se
quedaron en ese albergue. Jordi me espero mientras me recuperaba con mis dos o
tres coca colas habituales, partimos juntos y conversando sobre el “patas
flacas”, su nieto que había nacido hacia unos pocos días. Nos internamos en
unos hermosos pinares, mi compañero acelero su paso, en lo alto de una colina
una gran cruz de madera con una placa homenajeaba a los peregrinos que habían
pasado por allí, el camino era sinuoso e interesante, un ciclista con una
bicicleta sin pedales, me supero a paso raudo caminando y empujando su
vehículo. Carlitos era su nombre, había salido de St. Jean de Pied du Port y
creo que no hizo más de 10 km. pedaleando. El hombre, muy enamoradizo,
cada vez que veía una doncella sola o con poca compañía, le hacia el cuento de
la bicicleta y con su simpatía se ganaba el corazón de las damiselas. Que
tigre!, nos volvimos compañeros de viaje y seguimos cruzándonos hasta que él se
volvió a su ciudad. Después les cuento las andanzas de Carlitos, ese mocetón se
merece más espacio.
La aparición de Ages en el horizonte me puso contento,
llegamos juntos con Jordi, que me esperaba a la entrada del pueblo y nos
hospedamos en el albergue municipal. Descansamos un rato y salimos a caminar el
pueblo, cinco minutos después, ya habíamos visto todo y estábamos en la barra
del bar tomándonos unas cañitas, los parroquianos del lugar se estaban todos
preparándose para ver en televisión, la elección de la próxima ciudad olímpica.
Madrid, era la candidata supuestamente favorita, pero… la
tristeza invadió el lugar cuando después de una larga trasmisión, Tokio les
bajo el copete y el espíritu. Nosotros, un catalán y un uruguayo que no
teníamos caballo en esa carrera, seguimos la noche entre cañas y pinchos hasta
que nos fuimos a dormir cerca de la medianoche.
La gran urbe de Ages, la ciudad de los rascasuelos, se
alborotaba afuera, dos perros y un gato entre aullidos y maullidos marcaban su
territorio. Nosotros descansábamos tranquilos, juntando fuerzas, porque hasta
Santiago no paramos.