El 3 de octubre regrese a casa, todo magullado físicamente, porque el esfuerzo fue grande, pero recontento de haber logrado la meta que me había propuesto. Desde ese día hasta ahora, estuve en plan recuperación, física y mentalmente. Ahora, ya más tranquilo, intentare volcar fotos y memorias, como siempre lo hago, como una especie de archivo para mí mismo, pero para aquellos que de cualquier manera siempre me siguen en El Corral, espero que lo disfruten, aunque sea repetitivo.

Trataré de llevarlos desde St. Jean de Pied du Port en Francia hasta Santiago de Compostela en ancas de mi memoria, y con fotos que me ayudaran a recordar y recrear lo vivido...Buen Camino!!!

Juan Alberto Pintos

Hacia O'Cebreiro, si San Cono quiere y me ayuda

A la hora de partir de Villafranca del Bierzo, éramos dos los heridos, Valentina y yo, con toda la buena intención del mundo, me prepare para los casi 30 km. que nos separaban de O’Cebreiro, los pies me seguían torturando, le dije a los compañeros que siguieran que yo no sabía si había llegado al final de mi ruta.
Sabía que Valentina con sus pies todos llagados tomaría un ómnibus a la salida del pueblo, así que me decidí a ir con ella aunque fuera unos kilómetros para acortar la etapa. Me torturaba el pensar que no llegaría a Santiago, pero en ningún lugar había leído que el Santo esperaba que te mataras para llegar.

Con dolor en el alma y en los pies, me subí al bus, me baje en un paraje llamado Trabadelos, así que acorte el tramo en unos diez km., la decisión era que si no podía llegar a O’Cebreiro por mis medios, después de esto, me tomaría locomoción hasta Santiago y de ahí directo a Madrid, ya que mi sueño era llegar al Obradoiro a pie, ya lo intentaría otra vez.
Me dope, con unas pastillas de antiinflamatorios que había comprado el día anterior, me saque las botas y medias, después de un baño de Réflex, masajee mis talones y tobillos hasta calentarlos bien. Calzado de vuelta retome el Camino, iba por todo o nada.

Al principio me pareció tan fácil, que pensaba que no iba a tener dificultades, la etapa se había reducido a un total de 20 km., con voluntad y una petaca de orujo que llevaba en la bolsa me haría duro y llegaría.
El paisaje era hermoso, la senda se hacía llevadera, atravesé unos ríos de aguas claras y rápidas, de a poco el cuerpo me daba mensajes positivos, los analgésicos trabajan horas extras, se me habían deshinchado los pies y tobillos, el orujo me ayudaba a no preocuparme, así que contento y silbando chacareras, avance a paso rápido y seguro. Se fueron once km. como si nada.

OOOOOPPPPPSSSS!!! Al llegar a un lugar llamado Herrerías, las pantorrillas empezaron a llamarme la atención, creo que me querían decir que ahora empezábamos a subir y que nos esperaban casi ocho km. de sacrificio. Les di otro baño de Réflex, tome bastante agua, me comí un plátano que Jordi me había dado el día anterior y sin mirar hacia el horizonte, para no asustarme, le pegue un largo beso a la petaca de orujo, le pedí a mi San Cono amigo que me ayudara y me lance a pie firme hacia el destino final.
Desde la salida en Villafranca a unos 500 metros de altura, seguimos casi sin cambiar de nivel hasta las Herrerías, donde de continuo en siete km. se sube a los 1296 del pueblo de O’Cebreiro. La mochila se hace cada vez más pesada, el bordón se vuelve el tercer pie de apoyo, el sol que cae a rajatabla te quema la nuca y la traspiración te corre por la columna vertebral hasta empaparte los calzoncillos.
El único consuelo, es el paisaje hipnotizador, en un momento mirando hacia las partes bajas, veo que un colchón de nubes blancas, cubre todo un valle, parece un mar de espuma que te hace gozar de alegría por la belleza que la naturalesa pone delante de tus ojos. Camine casi una hora con esa vista, se hacía fácil porque no pensaba en el esfuerzo.

El sendero ahora serpenteaba en la montaña, yo solo, pensaba donde estarían mis amigos, a los cuales los había aventajado, en bus. El pueblo no aparecía, pero por mis cuentas, no estaba muy lejos, la pendiente se acentuaba cada vez más, en un momento me di vuelta y camine un trecho corto de espaldas, para aliviar el dolor de pantorrillas, porque sabía de qué si me detenía… no podría llegar.
Afloje el cinturón del pantalón, afloje la cincha de la mochila, a esta altura ya respiraba por las orejas, los pulmones me quemaban, las sombras habían desaparecido y el sol se divertía con mi sufrimiento. A la derecha del camino, un muro de piedras se alza como dos metros, el repecho me muestra árboles frondosos y clavado en uno de ellos un cartel… 

Albergue a 300 metros… Bienvenido a O’Cebreiro.
La alegría fue tanta, que me colme de emoción y lloraba sin control, el miedo que tenia de no llegar y tener que abandonar, me había torturado todo el día, ahora ya estaba a 300 metros, contento vacié lo que quedaba de la petaca de orujo en mi boca, me seque con una camiseta el sudor, arregle mi camisa y mochila. 

Minutos después entraba al pueblo como el muchachito de las películas del oeste, firme, altivo y con aire de ganador. Al rato me desmaye en la cama del primer cuarto que encontré.
Después  les cuento más de este pueblo que parece escapado de un libro de fabulas y del cumpleaños de Jordi que celebramos el resto del día.

Si todo sigue como va, hasta Santiago no paro, San Cono me acompaña de cerca y me ayuda en secreto.


Villafranca del Bierzo

Era muy temprano cuando cruzamos la calle, ya con nuestro equipo a cuestas, y en un bar nos desayunamos con unas tostadas con aceite y un buen cortado, un bollo dulce completo la consumición.

Con Carlos, y Jordi subimos otra vez al centro de la ciudad, la cual teníamos que atravesar para seguir camino a Villafranca del Bierzo. Después de salir de la plaza a través de un pórtico antiguo, nos topamos de frente con la maravilla que es el Castillo de los Templarios, donde el sol de un lado y la luna del otro nos brindaban unas vistas memorables. Recorrimos lentamente sus alrededores, hasta llegar a unas escaleras que nos levaban nuevamente a la parte baja del pueblo, pero por el lado opuesto por el que habíamos subido.
En notas anteriores les he contado todo sobre los Templarios y su influencia sobre el Camino y toda esta zona de España que estamos recorriendo, lo único que me quedo por destacar es la figura impresionante de este hermoso castillo, parado junto a las murallas uno se siente pequeñito.

Después de ahí, se hace un monótono recorrido por ciudad que creo, duro más de una hora y media. Lo único destacable era la cantidad de jóvenes y niños que con mucha algarabía se dirigían hacia sus lugares de estudio.
Como un sonámbulo seguí al paso, los grupos y los amigos se me iban adelantando, como siempre, yo sin prisa y sin pausa seguí hasta que llegue a la hermosa ermita del Divino Cristo, que me llamo mucho la atención.
 De ahí en adelante, en un estado de tranquilidad espiritual sorprendente, sin casi prestar atención a los cuatro o cinco pueblos que cruce, me hundí en un rosario rezado con las cuentas de mi Krisna Japa Mala. Creo que el Gran Arquitecto del Universo, lo recibió de buena manera y sin preocuparse de la técnica o los instrumentos.

Me desperté subiendo y bajando toboganes, me encontraba a la entrada de la zona suburbana de Villafranca, donde la majestuosa y románica Iglesia de Santiago se me mostraba en el horizonte. Su Puerta del Perdón estaba cerrada, pero no por eso se veía menos impresionante, yo había estado todo el día en busca del perdón, así que no me molesto que estuviera cerrada, yo creo que ya tenía el mío.
Pase por la puerta del albergue municipal, donde se abarrotaban los peregrinos, mire y seguí, las acentuadas pendientes del final me habían cansado mucho, no sabía que me esperaba otra antes de llegar a la Plaza Mayor, pero el dolor de mis talones era grande y el cuerpo me despedía un aroma que hasta a mí me molestaba, ahí me di cuenta que había hecho casi 25 kilómetros sin ni siquiera parar por un refresco. Quizás inconscientemente pensaba que en el castigo y la flagelación estaba el perdón.

Me dirigí a la farmacia del pueblo, donde muy cortésmente el que la atendía, me recomendó unos analgésicos, otro frasco de Réflex y me hizo tirar las plantillas de mis botas, remplazándolas por unas de gelatina que me calmaron bastante.
Para un albergue tenía que subir y bajar serias pendientes, para el otro, debía caminar unos 10 minutos cuesta abajo, el banco donde había apoyado mi bordón y mochila, justo al lado de la farmacia, pertenecía a un hotel. La decisión fue automática, yo cogí una habitación y Jordi que venía cerca y al cual le comunique donde me quedaba, tomo otra y ahí nos quedamos.

Para la una de la tarde, ya me había duchado y cambiado, tiempo record, me apetecía una caña fría y algo de comer. Como estaba en la Plaza Mayor, bares no faltaban, me senté en uno que me agrado por su sombra, al fresco y mirando el mundo pasar. Al rato y de a poco fueron apareciendo los de la barra, Carlos, Raúl, Javi y Valentina, Christine, Youyoung, Albi, Sandrita, Carlos el catalán, Hank el alemán y varios otros, el circulo se fue agrandando y cuatro mesas se volvieron nuestro cuartel de operaciones, las cubatas y cañas y una variedad de tapas en porciones extras arribaban a la mesa continuamente. Unos se iban a dar unas vueltas y otros llegaban, nos habíamos apropiado del lugar, pasaron las horas y siempre el grupo aunque cambiando de caras se mantenía al pie del cañón.

Después de unas horas salí a recorrer los hermosos lugares de la zona, mis pies parecían haber respetado las órdenes del farmacéutico y se portaban mejor, volví mis pasos rumbo a la Iglesia de Santiago, esperando poder encontrar una misa para ir, pero seguía cerrada, detrás de ella encontré algo que siempre me llama la atención, un hermoso cementerio que con sus monumentos, cruces y panteones, regenteaba desde la colina un hermoso valle arbolado. Sentado a la sombra de una encina y con el silencio apabullador de cementerio, descanse y disfrute de la soledad.
Como a las dos horas regrese al bar, todavía estaban todos ahí. Los albergues generalmente cierran a las 9 y media, así que cerca de esa hora todos comenzaron a rumbear a descansar, Jordi y yo no teníamos apuro ya que el hotel estaba a 20 metros y no tenía hora de cierre. A Javi se le paso la hora, Valentina y Duma el perrogrino se habían ido temprano, con el albergue cerrado había que buscar una solución para un peregrino que bastante contento y encubatado, se quedaba afuera. 

Creo que una llamada telefónica a Valentina sirvió para que ella abriera desde dentro para que el pudiera entrar. Pero como estarían las cosas, que Jordi que acompaño a Javi, me decía que cuando se volvía, este lo quería acompañar para atrás, para que no volviera solo. Cosas que suceden después de un día de caminata y diversión…hic..hic.

Seguimos... porque hasta Santiago no paro. 

Ponferrada y buen provecho!!!

Al llegar a Ponferrada nos encontramos con un mar de peregrinos, esperando para registrarse en el albergue. Un lugar muy amplio y limpio, pero el movimiento era mas de carnaval que de peregrinaje, al punto que ni siquiera había lugar en los tendederos de ropa. El bullicio era el mayor que habíamos encontrado hasta ahora.
Nos acomodamos en nuestros lugares, Jordi y yo estábamos al límite de nuestras fuerzas, tan así que después de dormir una corta siesta, nos preparábamos para ir a comer algo a la ciudad, pero ninguno de los dos se esforzaba por caminar hasta el centro histórico de la ciudad. De a poco nos dábamos coraje el uno al otro y así salimos colina arriba rumbo a la plaza central. 
Deambulamos por media hora sin encontrar un lugar que invitara a entrar, pero en realidad era que no estábamos inspirados.

Sin muchos ánimos comenzamos a bajar rumbo al albergue, no vimos mucho de la ciudad, solo queríamos comer algo y volver a nuestras literas a descansar. Por una calle/plaza/parque, llena de niños jugando y abuelas cuidándolos, nos topamos con un típico restaurant de esos a los que van a comer los locatarios. Nada de lujo, limpio, amplio y evidentemente atendido por sus propios dueños.
Se ve que nos vieron con cara de hambrientos, el menú peregrino que ofrecían  no decía lo que era ni el precio, pero ya al llegar la primera botella de vino y la cerveza para Jordi, nos empezamos a sentir más cómodos. 
Quien nos servía comenzó con un plato de cecina y quesos, después fue una guerrilla de
pastas, costillitas de cerdo, vegetales, sopa, postre, chupito, café….etc., y  cada vez que volvía nos decía que si queríamos podíamos repetir. La verdad que no sería una experiencia gourmet, pero si era abundante comida casera, sabrosa que fluía como del cuerno de la abundancia.

Al  terminar, satisfechos, le digo a Jordi que con todo lo que habíamos comido y tomado, nos iban a cobrar una fortuna. Me acerco a la caja a pagar, el mismo caballero me dice… son 18 Euros, no me pareció caro, la abundancia y la calidad lo justificaban. Le doy mis 20 euros con una sonrisa y las gracias, Jordi se acerca a pagar su parte y el mozo le dice que era 18 por los dos y que yo ya había pagado. Nos miramos incrédulos y nos despedimos agradeciendo el servicio.

Lentamente y disfrutando el bullicio de las familias disfrutando a sus vecinos y niños, nos retornamos al albergue ya prontos para descansar, sin ver mucho de la ciudad. El cansancio era rey y nosotros sus súbditos estabamos muy contentos de volver para entregarnos a los brazos de Morfeo.
Ya volveremos alguna vez a Ponferrada para conocerla y más que nada a ese restaurante, del cual no recuerdo el nombre, pero si como llegar.
Las fotos son algunas sacadas en esa corta caminata, las otras en la mañana del día siguiente cuando nos íbamos.
Vamos a apurar el paso, porque de dentro de 40 días parto para la Vía de la Plata, pero por ahora, hasta Santiago no paramos.


Delicias, piedras y alturas, hacia Ponferrada

La Taberna de Gaia, ahí nos dirigimos con Jordi en cuanto llego al pueblo de Foncebadón. Yo me le había adelantado, culpa de una tendinitis termine haciendo los últimos 7 kilómetros en un vehículo. Me encontró frente al Albergue y junto a la carretera, con una bolsa de hielo tratando de aliviar mis dolores.
Con la intención de comer un bocadillo para aguantar hasta la cena, entramos en ese lugar que no decía mucho de afuera. Adentro, un ambiente totalmente medioeval, te transportaba a otros tiempos, tanto la decoración del lugar como los que lo atendían, parecía escapado de una película sobre las Cruzadas.

Por supuesto que el menú, parecía totalmente fuera de lugar, en un pueblo cuasi abandonado, recuperado solo por el Camino y la afluencia de peregrinos. Era más adecuado para el Húmedo en León, las calles angostas de Pamplona o las Ramblas de Barcelona, pero ahí estaba, guisado de ciervo, codornices en escabeche, chuletón de res sobre pan de tajar, congrio, truchas, postres caseros, vinos finos, chupitos de todo tipo… el recuerdo me hace agua la boca. ¿No bocadillos? Y bueno… Jordi, Yo, Carlos, Javi y otros no tuvimos más remedio que entrar a probar y gozar. Una comida inolvidable, no como para peregrinos pero quizás la mejor del Camino.

Luego de una larga y restauradora comida, tuvimos que volver a la realidad. Nosotros nos quedamos en el que pretendía ser el mejor albergue del lugar, una pocilga hedionda y en un sótano. La banda, se fue a otro bien cerquita, peor y para completar, algunos terminaron la noche atacados por chinches.
La vista y la ubicación de Foncebadón, en plena montaña, lo hace un lugar especial, quiera Dios que puedan mejorar los albergues, porque si no, es un lugar a evitar.

La madrugada me llego pronto, la hinchazón del talón era menos, por lo que opte por tomar una dosis grande de antiinflamatorios, bañar el pie en Réflex y darle como si fuera ajeno. A unos dos kilómetros cuesta arriba nos esperaba la Cruz de Ferro, un lugar icónico del Camino, hasta ahí por lo menos iba a llegar, contra viento o marea.

Llegamos varios del grupo al mismo tiempo, al pie de la Cruz de Ferro, nos maravillamos por la cantidad de piedras que se han ido amontonando a través del tiempo. Según la costumbre, el peregrino trae una piedra desde su casa, para dejar al pie de la Cruz, simbolizando esa piedra sus dolores, culpas o pedidos al Eterno, la cual al ser de espalda al lugar, descarga todo eso que se representa en una piedra. 
La mía la había elegido en Toronto con mi nietita Lara, cuando llego el momento de dejarla, una emoción muy especial se apodero de mí. Sin explicaciones, sin razón, pero ella y mi familia estaban en mi mente de una forma que nunca había experimentado. Quizás solo sea cuestión de fe.
Nos sacamos varias fotos, algunas con Ana a la cual habíamos perdido hacía varios días y que volvimos a encontrarla bajo la Cruz. Estábamos en el punto más alto del Camino, a unos 1500 metros, de aquí en adelante nos esperaban otras alturas  respetables, pero ninguna mayor.
 
Seguimos Camino y desde ahí ya cada uno tomo su paso habitual, mi talón y yo seguimos a paso lento con la intención pero no la seguridad de llegar a Ponferrada.
Cabras, perros escapados, el Albergue de Manjarin, que merece un capítulo aparte y se lo daremos en otra ocasión, caminos junto a la carretera pero lindos y sombreados, fueron el denominador del trayecto, donde siempre descendiendo, de a poco nos íbamos acercando a Ponferrada. Mi pie dolorido, palpitaba como golpeando una puerta, lo mire con desdén y le dije que tenía que llegar conmigo, así que se resignara.

Paso a paso, seguimos, mi pie y Yo, un puente medieval de arcos de piedra,  sobre el rio Meruelo, me invitaba a entrar al pueblo que yo creía que era Ponferrada, pero no, era Molinaseca.  Casi con desaliento me dedique a cruzarlo, el cuerpo me pedía descanso, el estomago comida. 
Sentí que me llamaban a los gritos, repitiendo mi nombre y aplaudiendo, era toda la barra que se había vuelto a juntar y hacia un buen rato que estaban almorzando y descansando en el patio de un bar junto al rio y casi abajo del puente. Los gritos y los aplausos eran para mí, porque la mayoría se imaginaba que este día no iba a llegar a la meta. Yo estaba de acuerdo con ellos, pero a veces se sacan fuerzas de donde sea para cumplir con uno mismo.

Comí con ellos, me tome dos hermosas Coca Cola frías, después me saque las botas y me senté sobre una piedra con los pies en el agua, el talón sonrió y yo también. Ponferrada estaba cerca y un hermoso albergue nos esperaba para acogernos.

Por ahora los dejo, síganme que hasta Santiago no paro.


Astorga a Foncebadon, dolor y solidaridad en el Camino

La noche fue de sufrimiento, en mi estomago, había una revolución total. Los mantecados amenazaban a los hojaldrados, el vino y el orujo tenían una discusión que estaba a punto de volverse violenta. El Cocido Manchego, se puso en el medio de todo esto, quiso copar la banca levantando la voz y haciendo todo tipo de sonidos estruendosos. Yo trataba de contener todo en orden, lo cual no me dejo dormir mucho. Pero por lo menos rumbo a la madrugada se firmó un tratado de paz y todo comenzó a volver a la normalidad.
Para completar, hacia unos días que venía sintiendo un dolor en el talón de Aquiles, se me estaba inflamando y me obligaba a caminar con una cojera que se volvía cada vez más evidente. 
Debido a todo esto, apenas llegaron las cinco de la mañana, ya estaba pronto para emprender camino. Sabía que el día se me iba a hacer largo y sufrido, así que a adelantarme bien temprano.
Contrario a mis costumbres, comencé a caminar cuando todo estaba todavía en oscuridad, pero la salida de Astorga era segura y ciudad por un buen trecho, cuando llegara a los senderos el sol ya estaría saludando el día.
Me sorprendió la cantidad de peregrinos que ya estaban en la ruta, todos ellos con sus linternas de mineros, alumbrado su camino por una ciudad perfectamente iluminada. Cuestiones de costumbres, lo que más me llamo la atención que la mayoría de los que salían temprano, eran Americanos o Coreanos, los españoles todavía se revolvían en sus catres.

De malhumor por haber salido en la oscuridad, segui hasta encontrarme con la iglesia de San Pedro de Rectivia, donde en una columna lei un mensaje muy interesante que me hizo comenzar a pensar mas positivo.
Cuando llegue a la Ermita Ecce Homo, todavía estaba oscuro, me llamo la atención, que ya había alguien sellando las credenciales de los peregrinos,que ya eran abundantes.
Seguí paso a paso, la tendinitis se acentuaba, los caminos que estaba recorriendo eran muy lindos, con las montañas siempre de fondo en el horizonte y un varios pueblos muy interesante e historicos, pero que el dolor no me dejo apreciar debidamente.
De a poco todo los peregrinos con los que andaba juntos todos los días, me iban superando uno a uno, despacio, más despacio, sufría cada vez que apoyaba el pie, pero el orgullo me seguía empujando a seguir adelante. Subía y bajaba con dificultad los toboganes, pero mi mente estaba puesta en la llegada a Foncebadón.
Llegó un momento en que no aguante más y me senté en una piedra junto al camino, me descalcé, me saque la media y comencé a masajear mi talón frenéticamente. Estaba totalmente frustrado y lo fregaba como para arrancarlo de cuajo.
Raúl y Sandra me encontraron en ese momento, con la tradicional solidaridad que se encuentra en el Camino, se detuvieron para ofrecerme ayuda. Se quedaron un rato conmigo y ofrecieron caminar juntos hasta el destino y que me podía apoyar en ellos. Les pedí que no se preocuparan, yo iba a llegar de cualquier manera. Me dejaron un spray de Reflex para tratar el talón, ante mi testaruda insistencia, siguieron camino, pero yo sé que lo hicieron con reservas, ya que querían ayudarme.
Después de un buen rato me decidí a seguir, parecía que el Reflex estaba funcionando y me sentía menos dolorido. La felicidad no duro mucho, poco antes de llegar a Rabanal del Camino, el dolor se hizo insoportable, en un momento las lágrimas me corrían por las mejillas, pero era más por el dolor de tener que abandonar que por el dolor del pie.
Sobre mi izquierda y a unos pocos metros pasaba una carretera, ya resignado baje por la pendiente hacia ahí y me propuse tomar algún tipo de vehículo que me alcanzara hasta Foncebadon, faltaban unos 6 o siete kilómetros.
Una antigua Combi (Volkswagen)  pintada de vistosos colores y que a paso de tortuga venía por la ruta, se detuvo ante mis señas, una joven procedente de Suecia, se bajó a preguntarme si necesitaba ayuda y se ofreció a alcanzarme hasta mi destino.
Esta hermosa persona, de la que lamentablemente no recuerdo su nombre, junto a su perro, hacía más de dos años que estaban recorriendo Europa y más que nada todos los Caminos a Santiago. Su hippie móvil estaba preparado para ser su casa y se ve que la pasaban muy bien.
Al llegar a Foncebadón la invite a comer el almuerzo, o tomar algo, pero se rehusó ya que tenía que haberse encontrado con unos amigos hace un rato atrás y ellos la estaban esperando. Resulta que su destino era a apenas 100 metros de donde me había socorrido. Ante mi insistencia de que me dejara aunque fuera, colaborar con algo para pagar la gasolina, me respondió “Guárdala para cuando algún otro peregrino necesite ayuda y bríndasela en mi nombre”, me dio un abrazo y se dio vuelta en su camino.
Su gesto de solidaridad me toco profundamente, un rato después, mis compañeros de viaje al llegar me encontraron sentado a la vera del Camino, a la puerta del albergue, los pies sobre una silla y una bolsa de hielo tratando de aliviar el dolor del talón. Con el cuerpo dolorido pero el corazón y el espíritu contento por las muestras de solidaridad que me habían ayudado a llegar.

Fotos y la seguimos, porque si puedo, hasta Santiago no paro.