El 3 de octubre regrese a casa, todo magullado físicamente, porque el esfuerzo fue grande, pero recontento de haber logrado la meta que me había propuesto. Desde ese día hasta ahora, estuve en plan recuperación, física y mentalmente. Ahora, ya más tranquilo, intentare volcar fotos y memorias, como siempre lo hago, como una especie de archivo para mí mismo, pero para aquellos que de cualquier manera siempre me siguen en El Corral, espero que lo disfruten, aunque sea repetitivo.

Trataré de llevarlos desde St. Jean de Pied du Port en Francia hasta Santiago de Compostela en ancas de mi memoria, y con fotos que me ayudaran a recordar y recrear lo vivido...Buen Camino!!!

Juan Alberto Pintos

Viana, Ciao Gregorio...Hello Kitty...

Gregorio, un gitano de Rumania, estaba instalado en la cama contigua a la mía, a pesar de que había otras 39 vacías. Su apariencia no me despertaba ninguna confianza, cuando abrió la boca y empezó a contarme historias, mas me puso en duda. “soy rumano, bueno…gitano,… no tengo un duro en mis bolsillos,…espero que no hagan una revisión nocturna porque me metí al albergue sin registrarme,… estoy agotado porque pase la noche al raso con una sueca y después de tarde se le antojo una siesta bajo los árboles,…el hambre me está matando estoy solo a agua porque en las fuentes es gratis,…”
Así se introdujo y me lleno de suspicacias, como a mí nunca me faltaba algo para comer dentro de la mochila, saque pan, chorizo, queso y el resto de un bollo dulce que me había sobrado el día anterior y que todavía conservaba, todo lo hizo desaparecer como si fuera una aspiradora.
Me dejo intranquilo, como todavía faltaba más de una hora para que cerraran el albergue, me decidí a salir a tomar otro vinito riojano y tratar de dejar atrás el sentido de temor e inseguridad que me había asaltado.. Por primera vez en el Camino, me preocupe de llevarme los documentos y el dinero extra conmigo, me asegure de tener el teléfono y me fui a un chiringuito cerca para sentarme a pensar y descansar la mente. Antes de salir, con el espíritu solidario de el Camino, le di 10 Euros y le dije que pagara el hospedaje, así no lo molestarían a él ni a mí a altas horas de la noche.
Casi una hora después, volviendo para dormir, paso por la puerta de un bar, ahí estaba Gregorio con una botella de vino, una morocha hablándole al oído y en la mesa creo que vi el cambio de mis solidarios 10 Euros.
No lo sentí regresar, agotado física y mentalmente por todos los altibajos que había tenido el día, me dormí casi con temor, con el dinero el teléfono y los documentos bajo la almohada. Además, como cuando duermo en el bosque, mi fiel navaja quedo abierta junto a la mano que siempre pongo bajo mi cabeza.
Las primeras luces y ruidos de la madrugada me despertaron, Gregorio ya no estaba y su equipo tampoco, encontré todos mis valores en su lugar, sobre la almohada en la litera de al lado, un papel escrito con lápiz de labio decía, “Gracias Alberto, ciao”.
Prepare todo en unos minutos y me lancé a la calle, estaba ansioso por llegar a Logroño, donde dentro de unas horas y después de casi cuarenta años, me reencontraría con Kitty Downes, lo que sería el plato fuerte de la primera parte del Camino… llevaba en mi cabeza y en mi corazón, una carga enorme de recuerdos, historias, momentos y fotos que nunca nos habíamos sacado, cuentos que no nos habíamos contado. Llevaba conmigo una amistad de años que estaba sin usar y se peleaba por desparramarse en horas de charlas y silencios.
La caminata fue corta y rauda, creo que sin darme cuenta, llegue en poco menos de dos horas, el sol me acompaño y las viñas me robaron el alma, a mi sombra la vi corriendo entre los surcos invitándome a visitar el corazón del vino. Los paisajes se me fueron desapercibidos, me acerque a la ciudad por un hermoso parque boulevard,  junto al rio Ebro, que pavoneando su belleza me dejo a los pies del antiguo  Puente de Piedra, que me brindo la mejor foto que saque en todo el camino.
Todavía faltaban más de horas para el encuentro, así que me puse a recorrer la ciudad. Primero me dirigí al Paseo del Espolon donde nos íbamos a encontrar, frente al café Viena, como esto estaba fuera del circuito normal de los peregrinos, me pareció que me miraban un poco con curiosidad, mi mochila, el bordón y la facha de sucio del camino, me delataban como que estaba fuera de mi ruta. Desanduve el camino y me fui para donde están los albergues, recorrí las calles, visite parques e iglesias.
Cuando sonaban las campanadas de las doce en la Catedral de Santa Maria de la Redonda, llegue otra vez al punto de encuentro, desde un auto sale corriendo Kitty, me da un abrazo, me presenta a su hija, que era la conductora, y comenzamos nuestro viaje hacia Torremontalbo y las Bodegas Amezola de la Mora donde pasaría dos días junto a la familia de mi querida amiga.
Estas serian mis vacaciones dentro del Camino, para un fiel devoto del dios Baco, fue como llegar al paraíso. Viñedos hasta donde te de la vista, construcciones antiguas e históricas, cavas repletas de vinos, vinos añejando, vinos en sus barricas, vinos siendo envasados y empacados en cajas, hermosos jardines, piscina, sol, calor, una hermosa y mullida cama, baño privado y  para completar buena charla, comer acompañada con una amiga del alma y con buenos vinos.
El rigor del Camino quedaba atrás por unas horas, Gregorio no era ya ni siquiera una memoria, el temor que había sentido desapareció, yo ya tenía otras cosas en que pensar.
A disfrutar que ya nos veremos en Santo Domingo de La Calzada… porque hasta Santiago no paro.

Viana y el espíritu del Camino


Nos reunimos con algunos de la barra en la calle principal de Viana, todos ellos seguían a Logroño, yo ya había decidido quedarme en esta ciudad, así que después de unas tapas y unas cervezas, ellos se marcharon y yo me dispuse a buscar albergue. Un viejo convento servía de lugar de reposo para los peregrinos, a su lado una antigua basílica semi derrumbada, había sido recuperada y transformada en un tipo de parque o espacio de reunión para los locales. Se ve que en sus tiempos fue un edificio maravilloso y de gran magnitud, hoy conserva su importancia para la gente, pero le sirve de otra manera.
La cama que me asignaron, era en un dormitorio con más de 40 literas de dos niveles, los techos eran de más de 10 metros de altura, no tenía ni una sola ventana, el olor a humedad y encierro era casi insoportable, para completar este inmenso espacio, era alumbrado por una sola lámpara de no mucha potencia y para colmo, yo era el único peregrino que lo ocupaba. 
                                                                                           Todo esto
unido al día matador y deprimente que había tenido, hizo que me duchara de apuro, me vistiera y saliera a recorrer la ciudad, a pesar del cansancio que tenia.
Camine por sus calles antiguas y angostas, subí y baje escalinatas que me llevaban a diferentes barrios y niveles, rodee totalmente el casco histórico. Tome dos o tres cervezas en diferentes lugares y saque fotos a lugares interesantes, pero desde donde fuera que estuviera, siempre terminada con la vista en los grandes picos de la catedral que regenteaba majestuosa todo el panorama. Era como un imán que me atraía, así que de a poco y despacio me acerque a ella, entre y la recorrí a paso lento, otros peregrinos y locales entraban y salían. A mí, algo me invitaba a enlentecer el paso, me senté en un banco de una capilla lateral y creo que empecé a rezar, estaba como sonámbulo.
A la salida un cura que quizás era un poco mayor que yo me saluda con un “¿Bienvenido peregrino, quieres ver mi iglesia?”  Le conteste que ya la había visto, su contestación fue “Me di cuenta que la miraste, pero creo que no la vistes”. Me dejo intrigado y lo seguí como un autómata, escuchando atentamente sus explicaciones sobre las distintas capillas y sus retablos, el altar, los confesionarios y hasta la sacristía, este cura estaba realmente enamorado de su iglesia y le brotaba su devoción por todos los poros. Después del tour, me fui, pero a los pocos metros, algo me empujaba a volver, entre nuevamente, busque al cura y le pedí para pasar al confesionario.
A esta altura sin saber porque, las lágrimas me brotaban como a un niño, el padre me dijo que ni confesión ni penitencia eran necesarias, que el Todopoderoso sabe de mí, que conoce mis penas y mis alegrías, me dio mis virtudes y mis defectos. Me brindo la absolución y un abrazo. Cuando me vio emocionalmente más calmado, me brindo la bendición de los peregrinos, se dio vuelta y se fue a rezar frente a Maria Magdalena.
Esta experiencia tan profundamente espiritual, era la primera vez que la sentía, me dejo agotado pero con una sensación de vacío, que sugería que estaba pronto para llenar mi espíritu con lo que el Camino me deparara. No era un vacio de desolación era un vacio que presagiaba días y momentos mejores.
Me quede en las inmediaciones y volví para la misa, fue una de las mas disfrutada en mi vida. El cura, mi estado emocional, las ansias de seguir adelante y mis nuevas esperanzas del Camino, habían abierto una nueva ventana a mi espíritu.
No soy una persona muy religiosa, aparte de mi continua devoción a San Cono, pero ese cura me hizo sentir  realmente bienvenido y apreciado. Desde ese día en adelante vi el Camino de una forma diferente.
Me comí unos pescaditos fritos, los rocié con unos vasitos de vino de la región, a paso lento, satisfecho física y espiritualmente me fui al albergue a dormir solo en mi gigante y lúgubre aposento.
Al llegar me encuentro otra cama ocupada, era Gregorio, un gitano rumano, que lo primero que hizo fue contarme sus penas y aventuras con una tal Sara, a la cual le gustaba dormir siestas en el bosque o pasar la noche al raso, pero no sola. Pero eso ya es otra historia en sí sola, que la dejamos para después, ya que el tiempo y el espacio sobran y Yo ...
Hasta Santiago no Paro.

A Viana, me rindo… agua

La salida de Villamayor de Monjardin, nos lleva por sus calles empinadas hacia un hermoso valle ondulado que se extiende hasta casi la entrada de Los Arcos, son más de 10 km. de toboganes leves, con plantíos de cereales y viñedos que a pesar de hacerse un poco monótono, calma el espíritu e invita a caminar con oración y reflexión en mente.
Los Arcos es majestuosa, sus calles angostas, su plaza principal donde encontramos un hermoso mercado vecinal. Su Iglesia principal y ayuntamiento estan adornados por sus hermosos arcos arquitectónicos que le dan el nombre a la ciudad. En el mercado me abastecí de chorizo, pan y queso, en el banco aproveche para rellenar la billetera que venía boqueando, nos encontramos con Ana, Jordi y Sara, nos tomamos un café, descansamos y después de un rato comenzamos de a uno a proseguir la ruta.
Como yo tenía en mente estar en dos días en Logroño, y tenía que encontrarme con Kitty al mediodía en el centro de esa ciudad, decidí hacer unos 30 km. hasta Viana, desde donde estaría a unas cuatro horas de cómodo andar hacia la cita con mi amiga, por lo tanto mi meta de hoy era la antigua y hermosísima ciudad de Viana.
Los próximos 20 km. que enfrente fueron quizás, los más duros físicamente y mentalmente, que enfrentaría en la primera parte del Camino. La temperatura andaba arriba de los 30 grados, el sol caía con toda su fuerza y a eso del mediodía te quemaba la piel, al punto de que para protegerme me tuve que poner una camiseta de manga larga, que a pesar de que era muy caliente, me protegía de llagarme los brazos. Sansol, Torres del Rio, el Alto del Poyio,Barranco de Cornava… subidas y bajadas acentuadas y que el calor hacia más difícil de digerir.
Después de pasar Torres del Rio, comenzó la tortura, hacía rato que no veía a nadie en el Camino, a pesar de que estaba bien demarcado, cada tanto dudaba de mi rumbo y cuestionaba si me había equivocado de ruta, todo fruto del calor y la desolación que se estaba apoderando de mi. El alto del Poyio con su antigua y hermosa ermita me ven pasar sin casi prestarle atención, con la botella de agua casi vacía, paso casi al trote por la fuente sin recargar. Al rato cuando se me termina el agua, me descuelgo la mochila para sacar mi botella de reserva, que la había puesto ahí en St. Jean de Pied du Port.
La botella de reserva no estaba, donde la había perdido no sé, solo sé que estaba en seco y el sol abrasador me exigía agua y me torturaba. Al borde de abandonar, agotado física y mentalmente, viendo que se venía otra altura, me acerque a la carretera a esperar un auto o un ómnibus que me acercara a Viana. Me senté a la sombra de unos arbustos y me di 15 minutos de espera,
si en ese tiempo no pasaba nada, significaba que tenía que seguir y Santiago tenía designado que llegara a Viana a pie.
Nada, pasó el plazo, cumpliendo con lo que me había dicho, rumbee para el Camino que estaba a unos doscientos metros, cuando llego a la cima y me reintegro a la ruta, escucho la bocina de un auto que desde la carretera me saludaba. Me sonreí, sacudí la cabeza, entre a caminar a paso seguro.
A la hora de camino y después de saciar varias veces mi sed con uvas verdes de las viñas circundantes me encontré con un pareja de italianos jóvenes que extenuados, se habían sentado a la sombra a comer y tomar algo, compartieron conmigo un poco de agua y me dieron media botellita para llevar. El agua parecía caldo, caliente y poca. Volví a surtirme de uvas verdes y robadas, para combatir la boca seca y seguí gastando talón, a paso firme. Con Viana ya a la vista pero como a 3 km. de distancia, de atrás alguien grita mi nombre, era Sara que supuestamente se había quedado a dormir una siesta bajo los árboles, espere a que me alcanzara, ella como siempre lucia alegre y totalmente descansada, me dio la mitad de su agua y siguió adelante rauda y silbando una canción… fue la última vez que la vi.
De capa caída, agotado, reseco y con el espíritu en duda llegue a la entrada de la ciudad, donde una hermosa fuente de agua fresca me esperaba de brazos abiertos. Bebí, recé, celebre, me descalcé y bañe mis pies en la fuente. 
Había llegado a Viana… ahora sabía que mi destino deparaba que hasta Santiago no paraba.



Hacia Villamayor de Monjardin, llagas, vino, Koki y Brasil

La cena en Cirauqui fue muy buena, los hospitaleros que tienen el albergue en una casa centenaria y  muy bien renovada, en la Plaza Mayor, han hecho del lugar algo muy acogedor, limpio, buenos espacios y más que nada una atención incomparable. En los sótanos del edificio, se encuentran unas salas pequeñas y muy bien cuidadas, que en la antigüedad eran bodegas, hoy son el comedor del lugar. Te hace sentir bien y además la comida de primera y económica, y eso que estoy hablando de un menú peregrino de 10 euros y regado con todo el vino que puedas o desees tomar.
La bajada y salida del pueblo, es empinada y como recién esta aclarando hay que cuidar los pasos, para no terminar rodando hacia el valle. Los pies se posan ahora en una antigua vía romana, que nos acompaña por alrededor de 2 kilómetros. De a poco Jordi comienza a tomar su paso habitual y yo el mío, lo que significa que en poco rato ya no lo veré y nos encontraremos en la próxima parada o en algún pueblo para almorzar, ya que mis almuerzos son de 10 o 15 minutos y los de él pueden ser da una hora o más.
Se suceden un montón de subidas y bajadas que a pesar de no ser de gran altura son bien empinadas, como la entrada a Lorca, Villatuerta y Estella. Todos estos lugares nos muestran unas construcciones medioevales de gran envergadura y la mayoría de ellas bien conservadas, además de muchas vistas de valles y grandes extensiones que representan las típicas postales del Camino, donde las sendas se extienden por kilómetros rodeadas de plantaciones de cereales y las viñas que ya de a poco se empiezan a insinuar, adelantando la llegada a La Rioja.

En este trecho, sentado al borde del sendero, cansado y medio como rezando, siento que una pareja de peregrinos se viene acercando, una música alegre los acompaña en su paso acelerado, pero no apurado, ya que avanzan decididamente pero sin mostrar apuro o urgencia. Yo sentado sobre una piedra baja, no me había sacado la mochila, porque me servía de respaldo contra un terraplén que tenia atrás. Mientras comía una banana que me había dejado Jordi y bebiendo mi infaltable coca cola, los veía acercarse como bailando. Uno era un brasilero, joven, esbelto y mostrando en su vestimenta y mochila los verdeamarelos tan típicos, el otro, alto, flaco de paso largo pero no apurado, japonés y de nombre Koki. Los dos caminaban  juntos desde Pamplona, comunicándose en
el poco ingles que ambos tenían, pero no parecía un obstáculo para seguir juntos y contentos.
Se paran frente a mí para saludar y conversar, yo trato de pararme, pero el peso de la mochila y lo bajo de la piedra me lo dificultan. Los dos al mismo tiempo me extienden una mano para ayudarme, cada uno me habla en su idioma, pero creo que los dos decían lo mismo…”vamo’arriba viejo”.
Conversamos y caminamos juntos por un tiempito, pero el paso de ellos no era ni cerca del mio, asi que les agradecí la compañía y los libere para que siguieran adelante. Un “buen camino” que repetimos los tres nos sirvió de despedida. Después de este encuentro, a Koki y Brasil, los encontraba en casi todas las etapas, generalmente donde había música y cerveza. Ellos tenían su forma de hacer el Camino y se divertían haciéndolo. Varias etapas más adelante Koki me ve y se viene a despedir afectuosamente, se volvía a Japón, debía reintegrarse a la Universidad, donde estudiaba medicina. Brasil siguió solo y ya no se le veía tan alegre.
Cuando ya andaba por los 27 kilómetros de camino por el día, me doy cuenta que ni había planeado donde iba a quedarme, cuál sería el final de etapa. En un pequeño bar a la entrada de Villamayor de Monjardin, me esperaba Jordi, mi fiel compañero de ruta, ya se había tomada una cervecita y encontrado un albergue donde pasar la noche.
El día había sido muy bueno, lo único que me había distraído un poco era una gran ampolla en el pie derecho, pero que al llegar a Iratxe, había tratado de curar con bastante éxito, una distracción que me llevo a perderme la famosa Fuente del Vino en el Monasterio de Iratxe. Mientras que yo me dirigí hacia la parte baja del pueblo donde había un parque con fuente, donde pensaba lavar bien y descansar mis pies antes de curarlos, los peregrinos se desviaban hacia la izquierda para visitar el monasterio y su fuente. Así que yo, un fiel súbdito de Baco, me quede enllagado y sin vino. Habrá que volver.
Los dejo con unas fotos y seguimos, ya que hasta Santiago no paro.

Pamplona a Cirauqui, cuestion de fe, fuentes y perdón

Con el alma un poco apesadumbrada, a las seis de la mañana me puse en ruta, después de haber disfrutado una buena estadía en Pamplona y en el hermoso albergue parroquial de Jesús y Maria, limpio, prolijo, bien equipado, en el centro histórico de la ciudad y además de todas las facilidades también había un grupo de hospitaleros que te recibían y despedían con una sonrisa.
Todavía estaba oscuro, pero el Camino dentro de la ciudad está bien marcado y las conchas símbolo del Camino de Santiago, iluminadas justo hasta la salida. 
Crucé un hermoso parque que linda con la Fortaleza de Pamplona y caminé junto a un rio hasta que casi sin darme cuenta, estaba llegando a Cizur Menor, donde mi compañero Jordi y Ana habían ido a dormir. Un poco dolorido de haber sido dejado atrás, ni me preocupe de saber si ya habían partido o todavía estaban en preparativos, eran apenas la siete, mire el albergue donde ellos estarían de reojo, como caliente, y aceleré el paso, asegurándome a mí mismo que solo o acompañado, hasta Santiago no paraba.
Al amanecer las tres iglesias del pueblo se veían majestuosas, mirando para atrás y con el sol apenas salido sobre el horizonte era una vista maravillosa.
Las aspas de los gigantes molinos/turbinas que cubren todo a lo largo la Sierra del Perdón, a lo lejos, brillaban amenazantes, la altura y la distancia a la que estaban, ponía una sombra de duda en mi y en todos los caminantes. El camino largo, angosto, pedregoso y escabroso se mostraba como invitando a comerte de una solo mordida.
Zariquigui nos espera en la cima del primer repecho importante que subo, a la entrada, la magnífica iglesia de San Andrés, te recibe con una fuente de agua fresca, muros y bancos donde sentarte a desayunar y descansar un rato. Después de once kilómetros de caminata, es como un oasis, compro un café y una coca cola en un chiringuito frente a la iglesia, con pan de ayer, queso y un bollo dulce desayuno.  Después de rellenar mis botellas de agua y estar pronto para partir siento mi nombre gritado a toda garganta. Como a doscientos metros antes del pueblo, cuesta arriba venían Jordi y Ana, quienes al verme ya con la mochila colgada y bastón en mano, gritaban para que los esperara.
Con abrazos y palmoteos en la espalda, nos saludamos los tres, con evidente alegría del reencuentro. Yo ya estaba curado de mi enojo y contento de verlos. Ellos decidieron desayunar, yo, como siempre soy el más lento y el camino que venía era bravo, comencé a caminar a mi paso, sabiendo que me alcanzarían más adelante, para terminar la etapa juntos.
La fuente de la Reniega me esperaba antes de comenzar el ascenso, dicen que el nombre viene de una leyenda que cuenta que, en tiempos antiguos, el Diablo se le apersono a un peregrino sediento y le prometió todo el agua que quisiera y necesitara, a cambio de renunciar a Dios, la Virgen Maria y el apóstol Santiago. El peregrino casi al borde de la muerte, se negó a su pedido y comenzó a rezar fervorosamente, una vez que el Diablo se fue totalmente defraudado, apareció una hermosa fuente de agua clara, fresca y cristalina, que sacio la sed del fiel y lo premio por su fe.
Volqué el agua que tenía en mis botellas, yo también simbólicamente quería beber de esa fuente y renegar del Diablo. Me sacie y sentí como que me lavaba el espíritu. Simplemente una cuestión de fe.
Dicen que al llegar al Alto del Perdón, todos tus pecados son perdonados, yo diría que con lo que sufrí para llegar arriba, también tendría que ser perdonado por todos los que cometa de ahora en adelante, es decir que se merecería un perdón vitalicio.
En la altura hay unas figuras metálicas, donde se ve la frase “Donde se cruza el camino del viento con el Camino de las estrellas”.
Estas figuras erigidas y diseñadas por el artista Vicente Galbete, nos muestran peregrinos de diferentes épocas en su Camino De Santiago. Una hermosa obra que a pesar de estar justo debajo de los molinos gigantes y su zumbido, no pierde importancia haciéndote recordar que estas en un camino milenario y siguiendo los pasos de miles que ya hicieron el sacrificio.
La bajada es tanto o más dura que la subida, el viento embolsa la mochila y te zarandea de lado a lado, obligando al bastón a ser tu soporte principal.
Uterga , Murazabal y Obanos, se suceden uno atrás del otro en los últimos kilómetros antes de llegar al Puente de la Reina. Este lugar, donde se unen otros dos caminos que vienen del sur y del norte, es el lugar preferido históricamente para albergarse por la noche, después de más de 20 kilómetros de fajina.
Yo a pesar de haber sufrido mucho la Sierra del Perdón, me sentía muy fuerte y con ganas de seguir, así que recorrí  el pueblo lentamente disfrutando de todas sus bellezas y Salí por el antiguo Puente de la Reina rumbo a Mañeru, a unos seis kilómetros de distancia. El sendero empezó a subir rápidamente y dude de haber tomado una buena decisión, ya que sin mirar el perfil del camino, me había lanzado a caminar sin pensar en los altos que se venían. Pero ya estaba en el baile, así que en una fuente, recargué agua, me sacié la sed y le di para adelante.
En la cima de un repecho asqueroso divisé el pueblo y pensé que no estaba tan mal, cantando o silbando, contento con lo logrado subí lentamente y me dirigí al albergue.
“CERRADO POR LAS FIESTAS DEL SANTO” leía el cartel en la puerta del único albergue del pueblo, a unos cien metros, la música en la Plaza Mayor indicaba de la algarabía de los locales todos reunidos en la celebración. Me acerque, comí una salchicha al pan, me tome mi coca cola de rigor, hice preguntas sobre donde quedarme y ahí fue donde descubro que si quiero dormir al abrigo, tengo que caminar otros tres kilómetros hasta Cirauqui.
Ahora si estaba cansado y casi desahuciado, un local me mostraba el camino a seguir y decía que era bastante plano. Cirauqui un pueblo de la época medieval, está en la cima de un cerro, después de unas de las cuestas mas empinadas que había encontrado hasta ahora. Descansa un poco el espíritu el
ver este pueblo rodeado de viñedos y plantíos de cereales. La calle empinada que se transforma en escalera y llegue hasta las murallas de la ciudad, me llevo hasta la Plaza Mayor  y la Iglesia de San Román, pero lo más importante hasta un albergue donde me esperaba Jordi, que había llegado un rato antes.

Había hecho unos 30 km., estaba rendido, antes de entrar, me descalcé, me sacié de agua de la fuente de la iglesia y me acosté en el empedrado de la plaza… “la pucha llegué” me decía entre mi, contento de saber de qué hasta Santiago no paraba.

A Pamplona, puentes, ríos, Sara y adiós a Mertxe.

La noche en Zubiri se hizo corta, después de llegar al albergue municipal, arma cama, lava ropa, baño, vinito, pan y chorizo. El pueblo no muy grande, pero con todos los servicios necesarios para hacer un buen descanso. Como llegue temprano no tuve problema para conseguir cama, pero a eso de las seis de la tarde ya estaba todo lleno, público y privado. El albergue municipal comenzó a llenar un galpón/gimnasio con peregrinos que tuvieron que dormir en el suelo… pero esa es la vida en el Camino.
Reservamos en un bar del pueblo para comer a eso de las 8 de la noche, el menú del peregrino era bueno bonito y barato, el vino abundante, y ya se veía que de la camada de peregrinos que habían arrancado al mismo tiempo que yo, se comenzaban a formar grupos y la camaradería flotaba en el ambiente. Apenas llegamos a tiempo antes de la hora de cierre del hospedaje, tarde pero llenos, satisfechos y alegres porque ahora se veía que no estábamos
solos.
La distancia a Pamplona, no era mucha y el terreno a pesar de no ser muy alto, es bastante escabroso, con varios subibajas, que te querían recordar que esto no es fácil.

Después de cruzar El Puente de la Rabia, salimos por zonas boscosas y de buenas sombras. En el medio del sendero, Sara, una escandinava que veíamos por primera vez, casi con lágrimas en los ojos, descalza, se trataba de curar la planta de los pies, las ampollas las cubrían con una capa de piel y agua. Por supuesto que Don Quijote (Jordi) de inmediato se puso al rescate de la damisela, de su botiquín saco jeringas, piel sintética, cremas, ungüentos y colas de rana. Veinte minutos después, ella ya estaba pronta para seguir el Camino,  Sancho (yo), para no ser menos y al verla totalmente desarmada, pues no tenía ni bastón, saque mi nunca bien ponderada navaja Suiza, y con su maravilloso serrucho, en pocos minutos, le había fabricado un bastón de primera categoría.
Sara, alta esbelta, joven, inquieta y veloz, podía hacer el doble de distancia que nosotros por día, en sus planes estaba llegar a Santiago en menos de 24 días, no le importaba la distancia entre albergues o ciudades y planeaba dormir donde la agarrara la noche, en cama o en el piso, en albergue o al raso. Al rato ya nos había dejado atrás, pero como era medio enamoradiza, si encontraba un joven bien puesto y plantado, no tenía problema en demorarse un rato o un día. Así fue que nos cruzamos varias veces más con ella en los próximos cuatro o cinco días. En Los Arcos, tomamos un café juntos, nos mostro el bastón, ahora decorado y pulido, nos dio un beso y con un abrazo nos dijo ¡Buen Camino y hasta siempre! Puede haber terminado en veinte días o todavía estar en España, ella es un espíritu libre.

Seguimos la ruta y nos unimos con Mertxe, que haciendo de tripas corazones, venia rengueando visiblemente. Jordi, Pedro y Joaquín, siguieron adelante a paso raudo, yo más lento, use el dolor de
Mertxe, para acompañarla y a la vez tener una escusa para ir despacio. De a poco, cruzamos puentes, caminamos por riberas interminables de hermosos ríos hablando de todo un poco, de su razón de hacer el Camino por segunda vez, de sus hijos, de Manu (su esposo), así las horas iban pasando e íbamos devorando kilómetros. 
Cominos pan queso y chorizo sentados en el Puente de los Bandidos y recomenzamos, su tobillo se reveló por completo y cada vez podía andar menos. Al llegar a Villaba, unos 4 kilómetros antes de Pamplona, ya no pudo mas, entre lagrimas me dio un beso, un abrazo y paro un taxi en la Calle Mayor. La vi alejarse rumbo a un ómnibus que la llevaría a Bilbao.
Ahora solo, apresure el paso para llegar a Pamplona lo antes posible para reunirme con los otros muchachos y recorrer juntos esa hermosa ciudad.

Un mensaje justo cuando llego al Puente de la Magdalena, que es la entrada a la ciudad, me avisa que Joaquín y Pedro, habían tirado la toalla y ya estaban rumbo a Madrid, Jordi y Ana, a la cual habíamos conocido durante esta etapa, no paraban en Pamplona y seguían hacia Cizur Menor.
Yo con una sombra sobre mi espíritu, me dirigí al albergue parroquial de Pamplona y arme campamento por la noche… estaba otra vez solo. Contento de estar donde estaba, pero triste por la pérdida de los compañeros de viaje. Al atardecer “salí de pintxos”, me tome unas sidras y cervezas, camine y saque fotos de la ciudad.
Mañana seria otro día, y me repetía a mi mismo…”Hasta Santiago no paro”.


A Zubiri... y el concierto.

Después de recibir la bendición a los peregrinos, en la misa nocturna, la hermosa iglesia de la Real Colegiata de Santa Maria de Roncesvalles, se vació rápidamente, parecía que todos éramos llamados por un canto de sirenas, que nos encantaba haciéndonos caminar hacia las camas del albergue. El canto de sirena era el cansancio que todos teníamos en el cuerpo luego del arduo día de montaña. El albergue nos recibía con camas y baños limpios y en una hora se apagarían las luces y… ZZZZZZZZZZ.

El concierto nocturno fue una cosa inesperada, los cuerpos cansados, de más de 200 peregrinos en el mismo ambiente, era abrumador, los sonidos salían de todos partes del cuerpo sin diferenciar hombres o mujeres. Los ronquidos y los estornudos eran jefes del lugar, pero también llegaban ruidos y olores que los peregrinos dormidos o haciéndose los zorros, no podían contener. Busque a oscuras el juego de tapones para los oídos, que me habían recomendado llevar pero no los encontré, así que yo también deje mis instrumentos en libertad de participar de la sinfonía y trate de dormir. Lo logre y bien.

La madrugada comenzó con un ruido que parecía de perros hurgando en un basural, los peregrinos todavía a oscuras trataban de organizar sus cacharpas y mochilas para pegarle al día temprano. Parece que se piensa que si agarras al sol todavía durmiendo, le podes ganar la batalla, terminar de caminar antes de las tres de la tarde, es la meta de todo peregrino.
Aunque los peregrinos franceses parecen que están en una carrera y corren de albergue en albergue como caballos desbocados. No creo que la mayoría de ellos disfruten mucho del camino como experiencia cultural y religiosa.
Después comento más sobre ese fenómeno que es El Camino como senderismo.

Ya afuera del albergue y caminando, un cartel en la carretera frente al edificio, indica que faltan 790 kilómetros para llegar a Santiago, como diciéndote lo que te espera. Una parada de ómnibus justo al lado del cartel, espera con la boca abierta, pronta para tragarse a todos los que tengan dudas.

El día de hoy depara la bajada a Zubiri, pero para bajar hay que subir, así que entre hayedos, helechos y frondosos bosques, se va para arriba y para abajo, se cruzan carreteras, pueblos donde la calle central es la carretera y El Camino, donde no existen veredas o senda de peatones.  En estos pueblos(itos), lo más destacable son siempre las iglesias y los bares donde nos llenamos de café y bocatas, o algunos como yo, de Coca Cola, que es el desayuno de los campeones.

En este trayecto fue donde Jordi y yo empezamos a solidificar ese compañerismo que después se volvió amistad, que nos llevo a llegar juntos al destino final.

Van algunas fotos de la etapa y después les cuento una o dos anécdotas de ese día… Síganme que hasta Santiago no paramos.