Cuando me desperté en Arzúa, el primer pensamiento que
me vino a la cabeza, fue “Hoy tengo que llegar a Santiago”, 42 km. me separaban
del Santo, difícil pero no imposible.
Me vestí rápidamente, el sol todavía no despuntaba, todos a
excepción de Carlos (no el mejicano), dormían, todavía bajo la resaca del
festejo de Falk, la noche anterior. Mire las botas que totalmente deshechas me
pedían clemencia, las abandone, me puses las zapatillas y partí. En ese momento
Jordi que se despierta, me pregunta que hago tan temprano. Cuando se entera que
hoy llego a Santiago, me dice que estoy loco, él se quedara en Pedrouzo.
A un trote mucho más rápido de mí común salí rumbo a
Santiago, la noche todavía le ganaba al día, las luces parecían estar más cerca
de la medianoche que del canto del gallo. Yo parecía tener una necesidad de
vida o muerte, debía llegar a Santiago. Era más fuerte que yo, las flechas
amarillas me habian hipnotizado.
De cualquier manera, horas después, ya toda la barra comenzó
a alcanzarme y pasarme, junto a una vieja ermita, me senté a comer algo, en mi
bolsa un cremoso queso de Arzúa y una pierna de chorizo ahumado, eran el
sustento ideal para el último día de viaje. Como aves de rapiña olfateando la
comida, aparecen Sandra, Albi, Raúl y Jordi. Le hicimos los funerales a la
comida,
charlamos un rato mientras descansábamos y retomamos el camino. En mi
mente…”hoy llego a Santiago”.
El mediodía me encontró nuevamente caminando solo y entrando
a Pedrouzo, el lugar donde la mayoría se quedaría. Habían transcurrido 19 km.
de lindos senderos, pueblitos que parecían escapados de otros tiempos, y por
todos lados los gallegos trabajando. Desde que había entrado a España, nunca
había visto tanta gente atendiendo a sus tareas y sus animales, daban ganas de
ponerse a ordeñar junto con ellos.
En un bar junto a la carretera, algunos de mis compinches se
habían detenido a almorzar antes de ir al albergue. Comí con ellos y les repetí
mi idea de llegar a Santiago de una vez. Me sentía fuerte y estaba realmente
convencido de hacerlo. Sandra, Raúl y Albi, decidieron seguir por lo menos
hasta el Monte do Gozo, 4 km. antes de Santiago. Retomamos camino, nos
encontramos con Jordi, que ya había dejado sus cosas en un albergue y estaba
junto a la ruta, para ver quien pasaba y si yo me quedaba o seguía.
Me despedí de él, con la promesa de que los esperaría al
otro dia en el Obradoiro cuando todos llegaran juntos. Unos hermosos senderos
bajo los eucaliptus, me hacían sentir bien, la distancia recorrida todavía no
me pesaba, los que seguían eran muy pocos, así que se sentía una soledad que
servía de incentivo para seguir.
Los otros como siempre se adelantaron y no los volvería ver
por el resto de la caminata de hoy.
Cada pueblito que cruzaba, me parecía que era el último, a
las cinco de la tarde, cuando me encontraba frente a un edificio de una
televisora, cuatro peregrinos franceses, sentados a la sombra de un muro, me
dicen que todavía estamos como a 3 Km. del Monte do Gozo.
Seguí al tranco, ya estaba cansado, pero “hoy tengo que
llegar a Santiago”, repiqueteaba fuerte en mi cabeza. Al llegar a Monte do
Gozo, me acerque al punto desde donde ya se veía la primera vista de Santiago
de Compostela y su grandiosa Catedral. La vista me deslumbro, no pude evitar
que unas lágrimas me lavaran la cara. Ya casi estaba ahí, ya casi se había
cumplido con la meta, por una media hora sentado en el piso, junto a dos
peregrinos eternos, perdí noción de todo, estaba feliz.
Cargue la mochila y comencé a caminar, pero ahora ya no
quería llegar, pensaba que si llegaba al Obradoiro muerto de cansancio y de
noche, no disfrutaría debido al agotamiento, que el esfuerzo que había hecho
merecía que pudiera llegar de forma tal que me permitiera absorber totalmente
lo que me esperaba, el final del Camino, el abrazo al Santo.
Después de haber caminado unos 300 metros, me volví rumbo al
albergue, descansaría y temprano a la madrugada, saldría renovado y pronto para
gozar de Santiago y asistir a la primera misa del día, faltaban 4 km., pero yo
estaba satisfecho de lo hecho hoy. Después de una cena ligera me fui a dormir,
la parte de la barra que había llegado hasta este albergue, estaban todos
reunidos para disfrutar de una cena al estilo coreano, que YouYoung estaba
preparando en la cocina. No pude acompañarlos, el cuerpo no me lo permitía.
Estaba a pasos de la meta y debía descansar porque, ya sabía
que hasta Santiago no paraba.