El 3 de octubre regrese a casa, todo magullado físicamente, porque el esfuerzo fue grande, pero recontento de haber logrado la meta que me había propuesto. Desde ese día hasta ahora, estuve en plan recuperación, física y mentalmente. Ahora, ya más tranquilo, intentare volcar fotos y memorias, como siempre lo hago, como una especie de archivo para mí mismo, pero para aquellos que de cualquier manera siempre me siguen en El Corral, espero que lo disfruten, aunque sea repetitivo.

Trataré de llevarlos desde St. Jean de Pied du Port en Francia hasta Santiago de Compostela en ancas de mi memoria, y con fotos que me ayudaran a recordar y recrear lo vivido...Buen Camino!!!

Juan Alberto Pintos

Carrion de los Condes, hotel y museo

La llegada a Carrión de los Condes, después de la hermosa experiencia en la Iglesia, fue una sucesión de caminos al borde de carreteras, el calor y los treinta y pico de kilómetros ya empezaban a notarse cuando divisamos las torres del pueblo. Mientras nos acercábamos, con Jordi habíamos decidido que  aquí trataríamos de quedarnos en un hotel o algo mejor que los albergues, para descansar y dormir tranquilos.
Las cosas pasan porque tienen que pasar, a la entrada nos encontramos con una persona que daba información sobre hospedaje, nos recomendó ir a un hotel en la calle principal, allí nos dirigimos, entramos y a medida que avanzábamos, el lugar se volvía más lúgubre y oscuro, subimos unas escaleras y fuimos invadidos por el olor a mugre y tabaco. Nos registramos, pagamos y yo cada vez me ponía de mas mal humor, ni recuerdo lo que dijo la persona que nos estaba mostrando nuestras habitaciones, pero me cayó mal, inmediatamente le dije a Jordi que yo ahí no me quedaba, el estuvo de acuerdo conmigo, así que nos hicimos devolver lo pago y salimos raudos.
En la Plaza Mayor nos sentamos en un bar a refrescarnos con una cerveza y comer algo, mientras planeábamos lo que íbamos a hacer. El mozo que nos atendió, ante nuestra pregunta de dónde quedarnos, nos recomendó un hotel  muy cercano que se llamaba Monasterio de San Zoilo.
Sin más, volvimos a cargar las mochilas y salimos calle abajo rumbo al rio, donde después de cruzar el puente encontraríamos el majestuoso monasterio. Por la parte trasera se abría un jardín hermoso con unas sombras que invitaban a quedarse a dormir la siesta bajo los árboles.Este hotel, nos había dicho el mozo, era de las Carmelitas Descalzas, al ver la entrada y el lujo con el que estaba montado, pensé que con lo que nos iban a cobrar, las Descalzas, podrían comprar botas de cuero y de taco alto, para pasearse por el pueblo los días de procesión.
Tomamos cada uno un cuarto, ambos estábamos necesitados de un poco de privacidad, de tomarse un buen baño, de caminar desnudo, dormir en bolas y destapados. El lugar era algo maravilloso, después de descansar un rato, salí a recorrer los corredores y pasillos, las obras de arte y los muebles antiguos eran hermosos, grandes ventanales, mosaicos, tapetes, murales, no alcanzaba la vista y el tiempo para mirar todo. Después de caminar como una hora, dentro del hotel, volví a mi habitación, por la ventana veía un gigantesco y hermoso claustro, en uno de los lados, un brocal de pozo antiguo, servía de macetero a un árbol que por su configuración y ubicación, me intrigaba sobremanera.
Salí y me dedique a averiguar por donde se llegaba a ese claustro, desde el mostrador una chica me indica que me acerque a una puerta a mi derecha, que ella la abriría electrónicamente. Lo que encontré del otro lado, era un mundo distinto, como si me hubiera trasladado a la edad media, con solo caminar 10 metros.
Una iglesia de grandes proporciones, era el museo de la historia de los Condes que habitaban el Carrión, tumbas, sepulturas, retablos, altares, un órgano gigantesco, excavaciones de exploración de las antiguas bases de este monumento, que está ahí desde el año 948. Las obras de arte de todas las épocas y las reliquias de San Zoilo, que fueron traídas al lugar en el 1047.
Inmediatamente llame a mi compañero de viaje para que no se perdiera esta maravilla, cuando llegó, recorrimos todos los rincones del lugar, lentamente y disfrutando cada minuto y cada paso. Al final del atrio principal, una puerta nos dejo salir al claustro, donde estaba el hermoso árbol que había visto desde mi ventana, el cual era el causante de que saliera a recorrer el lugar, sin saber lo que me esperaba.
Junto al brocal, me senté en el piso a absorber todo lo que me rodeaba, y en mi mente apareció una imagen que había visto cuando niño. En el libro del Poema del Cid Campeador, una versión ilustrada que yo tenía, en el medio de la casa de la cuñada del Cid Campeador, se encontraba este árbol donde las doncellas se sentaban a la sombra a bordar y descansar. Después de llegar a casa, al final del Camino, me puse a leer sobre el Monasterio de San Zoilo, uno de los datos que recogí, es que el Carrión de los Condes era el lugar donde vivía una familia enemiga del Cid y también de donde era originaria su cuñada.
La estadía en ese hotel fue una experiencia inolvidable, que podíamos habernos perdido, si hubiéramos aceptado estar en el primer lugar l que llegamos, pero soy un convencido de que las cosas pasan porque tienen que pasar, no ha casualidades, el Gran Arquitecto del Universo ya tiene nuestro pasos planeados, lo único que tenemos que hacer es dejarnos llevar, sin temor y con fe.
Por hoy basta, sigue una gran cantidad de fotos, los amigos que siguen estas crónicas en la página www.floridaonline.com.uy , les recomiendo que también visiten www.elcorraldeltordillo.com , ya que el Sr. Director, que tan gentilmente publica mis trabajos, por razones de espacio y tiempo, no siempre pone todas las fotos.
 
Los dejo… pero vuelvo, porque hasta Santiago no paro.

El Canal de Castilla y Tres Velas

La noche en el albergue Titas, fue muy buena, la comida y las comodidades de este lugar que fue abierto en Junio de este año, y la atención de los propietarios, fueron de primera categoría. El lugar tiene espacio solamente para once personas, cuando llegamos con Jordi, éramos los números once y
doce, por lo tanto uno de los dos tenía que salir a buscar otro alojamiento, con un poco de simpatía y exageradas muestras de cansancio, logre convencer al propietario que me dejara dormir en en cualquier lugar. En el segundo piso, en una pequeña área de descanso, junto a un sofá muy acogedor, pero corto, estire mi esterilla  y dormí como un lirón.
 
La madrugada se despertó hermosa, temprano el sol nos acompañaba, mientras caminábamos a la vera del Canal de Castilla. Un recorrido muy placentero, tranquilo, donde el canto de los pájaros animaba la mañana. Yo me sentía con una fortaleza impresionante, al punto que muchas veces durante el día, fui yo el que marco el Camino, cosa que generalmente era la labor de mi compañero de viaje, Jordi, que siempre con su paso más ágil, me dejaba atrás. En Fromista, tomamos un café, y aprovechamos para despedirnos de Carlitos, el de la bicicleta sin pedales, que desde allí regresaba a su casa. Con la barra se saco fotos, se dieron abrazos y a Albi se le cayó alguna lagrimita. Raul se la seco en cuanto Carlos se fue.
De ahí en adelante, siempre caminando a la vera del agua, hicimos camino por frondosos y verdes senderos. Javi con Valentina y Dumas, jugaban y se divertían mientras caminaban, Dumas con arrastraba un gran palo, el también quería tener su bastón de peregrino. Corría lo dejaba, volvía, lo arrastraba y volvía a correr y a dejarlo. Era divertido verlo como disfrutaba.

Yo hacía rato ya que venía pensativo y meditativo, en la mente traía a mi gran amigo Walter e Isabel, quienes me había regalado el bastón que me acompañaba y una hermosa medalla de la Virgen de Lourdes, que yo orgullosamente había puesto en el frente de mi boina. Salí de Toronto con la firme decisión de prender una vela en su nombre y el de su familia, cuando llegara a Santiago de Compostela. Pensando en Walter, venia evaluando cuales eran las posibilidades de llegar al fin del Camino, cada día que pasaba me sentía más fuerte, física y espiritualmente. Las chances de encender la vela eran buenas.
A la distancia, como una visión, entre los árboles se divisaba una iglesia de gran porte, de a poco me acercaba más y la veía majestuosa en una pequeña altura a la izquierda del rio. Una carretera y un puente, marcaban el final del trecho junto al Canal, Jordi me alcanza en ese preciso momento y juntos, nos dirigimos a la iglesia.
Si en algún lugar del Camino, uno tiene la oportunidad de pensar en su familia, los amigos y de aquellos que queremos, este es el lugar ideal. Esta iglesia solitaria, en el medio de la nada, parece que fue puesta ahí para recordarte que este es un peregrinaje espiritual.

Hay pocas cosas más lindas que entrar a una iglesia vacía. Entramos, me senté en un banco y perdí noción de todo lo que me rodeaba, la paz y el silencio del desierto lugar, se apoderó de mí, no sé si me puse a rezar o simplemente me deje llevar por el momento. Una tranquilidad total me colmo el espíritu, no sé cuánto tiempo estuve desconectado de todo, puede haber sido un minuto o quince, lo único que sé, es que era la primera vez en la vida que sentía tanta paz interior y que me daba cuenta.
Cuando reaccioné, me pare como sonámbulo, me dirigí al altar, una cantidad de rojas velas encendidas, marcaban el primer escalón del altar. Ahí en el centro, en el piso, encendí tres velas, por mi Familia, por la Familia Bizera y por Valeria Tejera, una amiga floridense a la cual le había prometido una vela en Santiago, a cambio de una que ella encendería por mí en San Cono.
 

Quizás me apresure, porque todavía falta un trecho para Santiago, pero les juro, que mi pensamiento en ese momento fue, que Dios que está en todas partes, con más razón, tiene que estar en un lugar tan sereno como esta iglesia. Y como está rodeado de una soledad absoluta, las plegarias tienen más chance de ser escuchadas.
De ahí en adelante la ruta se me volvió indiferente, mi mente estaba en otras cosas, el llegar a El Carrión de los Condes, era simplemente la acción de poner un pie delante del otro y seguir caminando.
La ciudad a la que llegamos, merece un capítulo aparte, que después les contare, por ahora los dejo, pero no se vayan lejos, que hasta Santiago no paramos. 

Hola, soy Dumas, el "perrogrino".

El Camino de Santiago se llena de peregrinos, yo, Dumas, soy un “perrogrino”, les voy a contar un poco de mi viaje, pero como soy de pocos ladridos y además me cuesta mucho manejarme con el teclado, se los contare con fotos. Dicen que una fotografía vale más que mil ladridos.
 
Salgo desde Pamplona y llevo conmigo a Valentina y Javi, no sé si aguantaran, son medio flojos, pero recemos y tratemos de llegar a Santiago de Compostela en Buena salud y de buen humor.
Si dije recemos, los perrogrinos también tenemos nuestro lado espiritual, aunque cueste creerlo.
En un pueblito se dio para bailar, la banda del lugar amenizaba la funcion, Alberto, se prendio de Albi y no la soltaba, yo me tuve que conformar con bailar con Javi, que es muy duro. Jordi como siempre con su telefono, ni bola que nos dio.
Para completar, después de todo el sacrificio, no solo que no me dejaron entrar a la iglesia, sino que cuando voy a la oficina de Peregrinos, no me quisieron dar la Compostela. La verdad que me dolió un poquito, pero me
sobrepuse pensando en el hermoso grupo de amigos que hicieron de mi travesía, un Camino inolvidable…
 

Los dejo, sigan con Alberto, que él les va a seguir contando cosas y me dijo que …hasta Santiago no para.

Desde las ruinas a los verdes de Palencia

El dejar Hontanas fue una alegría, a pocos kilómetros de camino, nos encontramos con algo hermoso. El antiguo Convento de San Antón, unas ruinas que le brindan un arco de triunfo a la carretera. Se puede apreciar que este majestuoso edificio que data de 1146, por su envergadura y ubicación, tiene que haber sido un lugar maravilloso para los peregrinos de la época. Hoy día cuanto te vas acercando, la aparición parece espectacular. En los últimos años, este lugar está siendo administrado y operado por un grupo privado, que de a poco ha ido recuperando las ruinas y sus alrededores, los gastos operativos salen del albergue y algunas donaciones de la Provincia.
En la nota anterior me preguntaba cómo evitar Hontanas, parece que ya lo encontré, caminare 3 kilómetros mas para llegar a este lugar que me intriga y me seduce.
Con los pies muy doloridos y las botas que empezaban a perder su forro interno, seguí camino rumbo a Castrojeriz, una coqueta población con dos o
tres iglesias importantes y un antiguo castillo que desde una colina domina el paisaje. Angostas calles de piedra que parecen estar diseñadas en forma de medialuna, me depositaron en la Plaza Mayor, donde después de un buen desayuno, conseguí un negocio que tenia la tan ansiada “cinta americana” (duct tape), que hacía dos días buscaba para reparar un poco el interior de las botas. Como siempre, con mi conocido espíritu de sobreviviente, logre reparar un poco el calzado y de ahí en adelante pude andar un poco más cómodo.
La alegría y la sonrisa me duro hasta que arribamos al Alto de Mostelares, una subida que martiriza en poco trecho el espíritu y el físico del peregrino. Realmente un alto que a pesar de no ser muy largo, con su acentuada pendiente, te asusta y ataca los sentidos. Al pie, me saque una foto para que mi familia me viera antes de que la parca me derrumbara a medio camino… pero como tantas otras veces, sobreviví.

Los campos dorados y ocres nos acompañaron por horas, hasta llegar a la fuente del Piojo, donde encontramos los únicos arboles para abatir el sol, desde que habíamos salido de Castrojeriz. Un vecino de la zona tenia sobre una mesa bebidas y comidas para los peregrinos, tome una Coca Cola, para no perder la costumbre, rellene la botella de agua y descanse un rato a la sombra y sobre un banco de picnic. Casi entre dormido, pensaba en el Convento de San Antón, que me había quedado en la mente.

Una hora después de retomar la marcha, nos topamos con una vieja iglesia, San Nicolás, un albergue hoy día operado por una confraternidad italiana, justo junto al rio Pisuerga, donde entramos a la Provincia de Palencia.
Por días hemos caminado por inmensidades de campo, sin ver gente ni tractores trabajando, la desolación total y ausencia de gente viviendo en el campo me llamaba la atención, pero al cruzar el rio, fue como si hubieran abierto las puertas a otro mundo. El verde de los plantíos de remolacha azucarera, los tractores y los sistemas de riego, apagando la sed de los maizales, parece que te querían decir que te despertaras, mira que has llegado a Palencia, tierra rica y productiva.
El ver  a los locales trabajando sus tierras, me levanto el espíritu, desde este lugar en adelante, casi terminaban los áridos campos y los caminos sin sombras o cambio de matices. Llegar a Boadilla del Camino se hizo fácil, el aire parecía más fresco, una brisa me lavaba la cara, me estaba recuperando, esa noche en el albergue Titas encontraría el descanso que me faltaba.
Sigan mirando las fotos, yo voy a cargar mis pilas y después… hasta Santiago no paro.