El 3 de octubre regrese a casa, todo magullado físicamente, porque el esfuerzo fue grande, pero recontento de haber logrado la meta que me había propuesto. Desde ese día hasta ahora, estuve en plan recuperación, física y mentalmente. Ahora, ya más tranquilo, intentare volcar fotos y memorias, como siempre lo hago, como una especie de archivo para mí mismo, pero para aquellos que de cualquier manera siempre me siguen en El Corral, espero que lo disfruten, aunque sea repetitivo.

Trataré de llevarlos desde St. Jean de Pied du Port en Francia hasta Santiago de Compostela en ancas de mi memoria, y con fotos que me ayudaran a recordar y recrear lo vivido...Buen Camino!!!

Juan Alberto Pintos

La Real Colegiata de Santa Maria de Roncesvalles

Este grupo de edificios que se empiezan a ver desde las laderas de la montaña, no solo que llenan de alegría al peregrino que viene al borde del agotamiento físico, sino que a medida que uno se va acercando empieza a apreciar la maravilla que se construyo en este lugar  a principios del siglo XII, la descripcion que yo puedo hacer nunca le va a hacer justicia, por lo tanto voy a copiar y pegar directamente del sitio oficial de Roncesvalles.es


Santa María de Roncesvalles, antiguo hospital de peregrinos y enclave de profundas resonancias épicas es, con toda seguridad, uno de los lugares más emblemáticos del Occidente europeo, en cuyas dilatadas fronteras se consideró siempre el hito más relevante y entrañable de la ruta compostelana.
En Orreaga-Roncesvalles sitúa la tradición la más dolorosa de las derrotas del ejército franco; allí lloraría Carlomagno la muerte del mejor caballero de Francia y de sus doce pares, dando origen a un relato mil veces contado y cantado hasta los confines de la cristiandad.

Paso natural del Pirineo desde los tiempos más remotos, en Orreaga-Roncesvalles se instaló y creció un centro asistencial y alberguería que acogía a los peregrinos tras el duro ascenso de la cordillera y reconducía sus pasos hacia la meta final, ya casi perceptible en sus corazones, de la todavía lejana tumba del apóstol
Ambas circunstancias, el trágico descalabro de Roldán y la proyección jacobea, dinamizaron de forma extraordinaria la vida de este enclave pirenaico y dieron a la cultura universal dos obras literarias de singular renombre: la famosa "Chanson de Roland" y la pormenorizada y peculiar visión de la ruta a Santiago escrita en el siglo XII por Aimerico Picaud, el "Liber Sancti Jacobi". Hoy en día, además, queda en pie un magnífico conjunto histórico-monumental atendido por una pequeña comunidad de canónigos que
sigue acogiendo y bendiciendo un flujo renovado de peregrinos que irá encontrando a su paso un camino cada vez mejor dotado y señalizado.

Las fotos son las que saqué yo, para ver mas y mejor los invito a visitar el lugar http://www.roncesvalles.es/
Aquí los dejo y en el próximo capítulo les seguiré contando del Camino, lo de hoy merecía ser leído del sitio ya que es mas informativo....Siganme que hasta Santiago no paramos.


Hacia Roncesvalles

A las 6 de la mañana, ya estaba pronto para comenzar los largos 21 kilómetros que me separaban de Roncesvalles, el corazón de los Pirineos me esperaba y la ansiedad que sentía, solo se comparaba con la curiosidad que tenia de si podría llegar a destino, en una pieza y en tiempo de conseguir una cama en el albergue, la idea de que llegaría después de las 10 de la noche, me aterraba, me imaginaba sufriendo en la montaña y avanzando para atrás.
Apenas estábamos los cinco juntos, partimos, el camino era totalmente escabroso y las piedras sueltas y las zanjas no permitían apoyar bien el paso.

A medida que subíamos, íbamos penetrando en una niebla cada vez más espesa, que no dejaba ver a más de 10 metros de distancia.
Desde los campos por los que travesábamos, nos llegaba el sonido distintivo de las montañas europeas, el sonido de los cencerros, tanto las vacas como las ovejas que se nos cruzaban a poca distancia y en abundancia, nos brindaban su música tan particular, y a pesar de que casi no los veíamos, sabíamos que estábamos rodeados.

En uno de los recodos del Camino, y cuando la niebla era más espesa, casi me topo con una imagen de como dos metros de una Virgen, que apareciendo en la bruma parecía fantasmagórica. Mertxe casi con lagrimas en los ojos exclamaba…! encontré una virgen, ahí en el promontorio, ven mírala, es una hermosura!

Es la Virgen De Biakorri, la foto que yo tome no salió bien, pero otro peregrino me brindo una sacada en un día más claro. Fue una visión maravillosa y el saber que estaba comenzando con una peregrinación religiosa de mucha transcendencia, y el ignorar que esa Virgen estaba ahí, le dio un significado especial.

Seguimos trepando y el dolor se empezó a sentir en las piernas, ya que eran muy pocos y cortos los tramos donde no había repecho. Eso y lo desparejo y rocoso del camino te hacía estar totalmente concentrado en poner un pie delante del otro. Fue la etapa en que tome menos fotos, a pesar de ser una de las más hermosas.

Los compañeros al principio íbamos los cinco en grupo, pero de a poco nos fuimos dando cuenta de que no todos podíamos seguir el mismo paso, así que casi sin decirlo, cada uno fue buscando su ritmo, Pedro y Joaquín, los más jóvenes y fuertes, comenzaron a distanciarse, Jordi con sus dos bastones de apoyo los seguía de cerca y más atrás, cada vez más atrás, Mertxe y yo empezamos a perderlos de vista.

Mas o menos a mitad de camino, Mertxe tuvo su primer tropezón, donde quedo sentida del tobillo, ahí comenzaron sus penurias. A mí me daba pena dejarla sola, pero ella no quería ser un peso para nadie, así que yo me adelantaba  hasta que la perdía de vista y me sentaba un rato a descansar, de paso la esperaba y dejaba que se me adelantara, para volver a repetir lo mismo.

Poco a poco fuimos superando los escollos, la horas se sumaban, en la mochila yo tenía queso, chorizo, pan y agua no nos faltaba, así que paramos una o dos veces a hacer muela y recuperar fuerzas.

Después de pasar la Fuente de Rolland,( un héroe francés, oficial de Carlomagno, que varias veces quiso adosar la actual Navarra a territorio galo, pero se encontró con que los vascos no son fáciles de conquistar, así que le dieron una patada en el derriere  y lo mandaron para su casa), ya estábamos
entrando a España. Cruzamos el Collado de Lepoeder  1430 metros de altura y de ahí en adelante, comenzó una bajada en la cual los talones frenando y el bastón clavado con firmeza era la única forma de poder caminar… estoy firmemente convencido que es menos sacrificado y doloroso subir una montaña que bajarla. Frondosos bosques de hayas no acompañan y vemos una hermosa iglesia que termina en una torre picuda en el paraje de Ibañeta.

Paso a paso nos acercábamos al primer albergue en territorio español La Colegiata de Santa Maria de Roncesvalles, un lugar que se merece un capítulo aparte. Al avistar ese hermoso lugar desde las laderas pirenaicas, empieza a rondar en la cabeza la idea de que ya llegamos.

A mí se me llenaron los ojos de lagrimas… había cruzado la parte más dura de los Pirineos, lo había hecho en alrededor de 8 horas, pero más que nada… había vencido a mis dos peores enemigos… la edad y el miedo.

Satisfecho de mi mismo, entre a Roncesvalles como quien entra a un baile, fresquito y sacando pecho.
… la seguimos  y hasta Santiago no paramos.


Del susto a la confianza... los primeros pasos.

Desde que salí de Madrid en el tren AVE , España me comenzó a llenar los ojos, paisajes pasaban por la ventanilla con una velocidad vertiginosa, pero igual podía apreciar los grandes desarrollos de molinos de viento, que con sus turbinas brindan electricidad a poblaciones enteras, sin polución química.
Los cerros y montañas ondulaban el horizonte, haciéndome pensar que los que yo iba a recorrer eran como esos o quizás más altos. La verdad que aunque sabía las alturas de las zonas que iba a recorrer, todavía no me hacía a la idea de cuan alto seria. A medida que me acercaba a Pamplona y al pre Pirineo, empecé a hacer guiñadas, pero no con los ojos,  el miedo y la duda empezaron a sentar raíces.

Un ómnibus, que se lleno rápidamente con unos treinta peregrinos, me llevaría desde Pamplona a St. Jean de Pied du Port en Francia, a mi en ningún momento se me había cruzado por la mente, a pesar de que lo sabía, que primero iba a cruzar los Pirineos, en ómnibus. Varias veces cuando el conductor tenía que poner la tercera y la segunda para subir la montaña, y las curvas cerradas gusaneaban entre los frondosos bosques, me vinieron  a la mente las preguntas… ¿que estoy haciendo aquí?, ¿quien sube todo esto a pie? ¿aayyy en que me metí?

Al pasar por Roncesvalles hubo gente que pidió para bajarse, con la intención de empezar desde ahí, evitando la parte más brava del recorrido, pero el chofer no tenía autorización para hacer paradas intermediarias y se limito a decir que los que tenían miedo de lo que se venía, podían retornar a Roncesvalles en el bus de la 7.30… yo pensé que quizás valía la pena esperar unas tres horas y volver, pero mi orgullo fue más fuerte que mi miedo e inmediatamente deseché la idea.

Desde el asiento de atrás del conductor, Joaquín y Pedro, que estaban pensando lo mismo que yo, cambiaban  expresiones de miedo y dudas conmigo. Ahí nació una especie de compañerismo basado en el susto, que nos llevaría al final de recorrido, a ponernos a hablar y comenzar el primer trecho juntos.
Más atrás Jordi y Mertxe,  quienes tampoco se conocían entre sí, empezaban también a planear los primeros pasos juntos, se veía que todos estábamos un poco asustados y buscábamos alguien en quien apoyarnos, para no tirar la toalla antes de empezar.

Minutos después de descender del ómnibus, los cinco caminábamos juntos hacia la oficina donde te registras como peregrino antes de comenzar la odisea.
También en pocos minutos habíamos decidido que hacer 27 kilómetros de montaña, el primer día, iba a ser una tarea bastante complicada, por lo tanto se puso en el tapete lo de adelantar unos kilómetros ese mismo día, ya que eran las cinco de la tarde y el sol no se ocultaría hasta cerca de la 9.00, con todo resuelto y seguros que en la presencia de otros íbamos a mostrar más coraje, empezamos a trepar rumbo al primer albergue en Hunnto a unos seis km. cuesta arriba.
Llegamos agotados, pero contentos, la primera valla había sido saltada, ahora éramos cinco con una misma meta, al rato ya sentíamos esa unión que dicen sienten los soldados en el frente de batalla, compartimos nuestras historias de introducción, cervezas, cena y dormitories.
El Camino había perdido un poco de fuerza, porque nosotros habíamos ganado en confianza colectiva.