El 3 de octubre regrese a casa, todo magullado físicamente, porque el esfuerzo fue grande, pero recontento de haber logrado la meta que me había propuesto. Desde ese día hasta ahora, estuve en plan recuperación, física y mentalmente. Ahora, ya más tranquilo, intentare volcar fotos y memorias, como siempre lo hago, como una especie de archivo para mí mismo, pero para aquellos que de cualquier manera siempre me siguen en El Corral, espero que lo disfruten, aunque sea repetitivo.

Trataré de llevarlos desde St. Jean de Pied du Port en Francia hasta Santiago de Compostela en ancas de mi memoria, y con fotos que me ayudaran a recordar y recrear lo vivido...Buen Camino!!!

Juan Alberto Pintos

De Leon a San Martin del Camino

La salida de León, son varios kilómetros de recorrido por ciudad que se llegan a hacer monótonos. Lo más destacable son El Hostal de San Marcos y el Santuario de La Virgen del Camino. Lamentablemente pasamos por ahi muy temprano y no pudimos visitarlo.
El resto de la ruta hasta llegar hasta llegar a San Martin del Camino, se hace pesada ya que es casi toda al borde de la carretera o atravesando polos industriales. Tengo entendido que algunos de los peregrinos toman otra ruta que pasa por Villar de Mazarife, que es más pintoresca que la que Jordi y yo elegimos.

Lo más rescatable quizás haya sido la llegada a San Martin del Camino, donde encontramos el albergue Vieira, donde nos trataron muy bien, el lugar muy limpio y bien cuidado, buena comida, cerveza bien fría y unas hospitaleras que se esmeraban para hacerte sentir bien y cómodo.

Lo lamentable, un grupo de cuatro brasileros, con los cuales veníamos encontrándonos en otros albergues. Dos de alrededor de los cincuenta, una dama de la misma edad y un senior de más de setenta. Eran muy buenas personas y hablaban solo portugués, sin esforzarse en ningún momento por intercambiar palabras si no era en su idioma.

Pero la frutilla en la torta, era que con una total falta de respeto para con el descanso de los otros peregrinos, se levantaban a las cinco de la mañana, a los gritos y encendiendo cuanta luz encontraban. Desgraciadamente esa noche, en un cuarto donde dormían ocho personas, a nosotros nos tocó compartir con ellos.

Una de las pocas cosas que encontré desagradables en el Camino, fueron las personas que gustan de salir del albergue antes de que salga el sol. Primero, no se puede disfrutar del camino a la luz de una linterna, pues solo veras el lugar donde está alumbrando. Segundo, aparte de la molestia que se les causa a los otros
peregrinos, a los cuales no se les deja descansar  como se debe, ellos tampoco disfrutan, porque se toman El Camino, como una carrera donde el que llega primero al próximo albergue gana.

Bueno, vieron que no todas son rosas…la seguimos después, ya que hasta Santiago no paramos.

León, dos anécdotas del Camino

¿Se acuerdan de “el moraooo”?
Les vuelvo a contar la historia, así entienden la anécdota. Tanto Jordi como yo, en una de las etapas, veníamos con problemas intestinales, al pasar por uno de los pueblos, paramos en un pequeño bar para descansar, tomar algo y prepararnos para el resto del día. La mayoría del grupo con el que usualmente viajábamos estaba ya ahí. Tenía urgente necesidad de ir al baño, el del bar era bien pequeñito y sin ninguna ventilación, casi no lo uso porque me daba vergüenza de las consecuencias para mis amigos, ya que estaba a un metro de la mesa donde todos se reunían, pero no tuve más remedio que usarlo. Al salir un chico que veía por primera vez, estaba esperando para entrar, por cortesía, le digo que no le recomendaba que entrara enseguida, que era zona contaminada, pero se ve que se lo tomo a broma… dos minutos después salía a la disparada del bar, su cara morada me decía que no había respirado por varios minutos.
Al llegar al albergue de León, me asignan una cama en el medio de un salón donde debería de haber alrededor de 80 lugares, me preparo las cosas para ir a darme una ducha, en la cama justo detrás de la mía, a un metro de distancia, una persona dormía su siesta tapado hasta la cabeza, yo trate de no hacer ruido para no molestarlo, pero Jordi discutía al final del salón con un hospitalero, lo que hizo que la persona se despertara. Se destapo, miro a su alrededor, me miro y cuando se dio cuenta de quién era su vecino, su cara adopto una expresión de terror, quizás pensando en aquel día del baño, yo lo salude y me fui hacia las duchas. Mi vecino era “el moraooo” de aquel fatal encuentro, me miro a los ojos como con odio y ni me saludo.
Cuando vuelvo de las duchas, ya había juntado sus cosas y se había ido del albergue… nunca más lo vimos.
No hay peor cuña que la del mismo palo.
 
Con Jordi, que se calentó como caldera de lata.
Como yo soy un hombre entrado en edad (viejo) y lo aparento, siempre que llego a un albergue, pido por una cama o litera baja, ya que me cuesta mucho trabajo subir y bajar a la litera superior. Las idas al baño a media noche se vuelven una verdadera aventura, parezco Tarzán bajando del árbol, con gritos incluidos.
Al arribar al albergue, un hospitalero catalán como Jordi, lo más probable que de la misma Igualada, fue el encargado de llevarnos hasta nuestros lugares para dormir.
A mi muy gentilmente me asigna una litera baja, para que estuviera cómodo, a Jordi, lo lleva a la última fila de literas y le da la superior en medio de un pasillo. Mi compañero de viaje, un hombre muy gentil y educado para hablar, le pide dirigiéndose a él en catalán, si no le puede dar una cama de abajo, ya que el también a sus sesenta, tiene trabajo para subir. Y que además hacia unos días que veníamos con problemas estomacales y los viajes al baño eran muchos y seguidos.

El hospitalero, de muy mala manera, le respondió en catalán, no sé lo que le dijo porque no llegue a entenderlo. Mi amigo se monto en furia, nunca lo había visto así, de inmediato empezó a juntar sus cosas para marcharse, su interlocutor continuaba su diatriba en el mismo idioma. La verdad que el gentil y dulce Catalán que me acompañaba desde Francia, no era este que con cólera quería irse del lugar. Estaba más caliente que viuda joven en noche de carnaval.
En español, intercedí, para tratar de calmar los ánimos. Le explique al hospitalero la situación de que andábamos juntos y que era el que siempre me ayudaba en el Camino, por lo tanto si Jordi se marchaba y nos separaba, me estaba haciendo mucho daño. De mal modo y gana, le señalo otra litera a mi amigo, se dio vuelta diciendo algo que no entendí y se fue como pateando piedras por el pasillo.
Por un rato, se veía en los ojos de Jordi una furia para mi desconocida. Murmuraba en catalán hasta que volvió de la ducha… repitiendo algo que yo no comprendía pero entendía. 

Tienen razón los que dicen que no hay peor cuña que la del mismo palo.
Se le paso la mala leche al rato, nos vestimos y salimos a recorrer León, una de las ciudades grandes del Camino que mas me gusto e impresiono.
La seguimos después, ya que hasta Santiago no paro y hay mucho para contar.

León, de otro tiempo y lugar, amarraditos

Vamos amarraditos los dos 
espumas y terciopelo,
yo con un recrujir de almidón
y tú serio y altanero.

La gente nos mira
con envidia por la calle,
murmuran los vecinos,
los amigos y el alcalde.

Dicen que no se estila ya mas
ni mi peinetón ni mi pasador,
dicen que no se estila ya mas
ni mi medallón ni tu cinturón.

Yo se que se estilan
tus ojazos y mi orgullo,
cuando voy de tu brazo
por el sol y sin apuro. 
(Vals peruano)

Una de las cosas lindas del peregrinaje, es que después de terminada la caminata del día, siempre hay tiempo para descansar, tomarse un trago, sentarse en una plaza a mirar el mundo y la gente pasar.
 

En León, nos fuimos con Jordi al barrio de el Humedo, una zona con bares, restaurantes, calles angostas o calles anchas que parecen plazas. Era poco más del mediodía cuando nos sentamos en una mesa en una de estas plazas/calle ancha, pedimos algo para comer y por supuesto unas cañas bien frías, para reponer fuerzas y entonar el día.
 
Siendo domingo, todo estaba lleno de vida, los bares con la gente de aperitivos y tapas, las familias caminando lentamente, bien vestidos y con orgullo mostrando a sus hijos, grandes y chicos. Nosotros casi ni hablábamos, estábamos como hipnotizados viendo este espectáculo tan lindo de pueblo en domingo.

Desde un callejón que desemboca en el lugar, una pareja de octogenarios aparece a paso lento pero erguido y seguro. Me llamaron inmediatamente la atención,  a pesar de que estaban como a 50 metros de mi, se llevaron todo mi campo de visión hacia ellos. Parecía que se escapaban de un libro de historia del siglo pasado, o que recién bajaban del escenario donde habían representado una escena de tiempos pasados.

No puedo describir las vestimentas ni decir de que estilo eran, pero los dos, tomados del brazo, como en el vals peruano, amarraditos, se deslizaban sobre el empedrado como si no lo tocaran. Ella vestida impecable de pies a cabeza, donde una discreta capellina la coronaba, el, de terno con chaleco, camisa de un blanco brillante y corbatín antiguo, el sombrero al estilo cantor de tango, le daba un aire elegante y arrabalero. Las sonrisas que les iluminaba la cara de piel curtida por el sol, se veían de lejos.

Estaban tan fuera de contexto con el resto de la gente, que parecía que habían venido de otro lugar y a mirar el futuro. Los seguí con mi vista, paso a paso, hasta que llegaron al lugar en que estábamos. Cuando se deslizaban delante de mí, me pare, me acerque a ellos y con todo el respeto que podía demostrar, les hice saber de mi admiración, “discúlpenme y permítanme decirles que son la pareja más hermosa y elegante que he visto desde que llegue a Europa” al tiempo que les hacia una pequeña reverencia.

Ella con una sonrisa que no le cabía en la cara, me dio las gracias, el, la miro a ella con cara de enamorado orgulloso y después mirándome a los ojos, con la punta de los dedos se toco el ala del sombrero en señal de saludo. No hubo más palabras, ellos siguieron su camino y nosotros con nuestras cañas. Habría pasado una hora cuando los vemos de retorno, al pasar frente a nosotros, nos saludaron con sonrisas simpáticas y siguieron viaje, para mí se esfumaron para regresar a su lugar y tiempo.

 En su estela dejaron el empedrado y  mi alma marcada con su presencia, elegancia, orgullo de caminar juntos y un aire de nostalgia dulce. Yo no les tome ni una foto, sabía que el recuerdo le iba a hacer mas justicia al momento vivido.

Si de todo lo que vi en León, esta hubiera sido la única memoria rescatada, me bastaría y serian justificados los kilómetros hechos para llegar allí. Pero, hay más, dos o tres anécdotas que hay que contarlas, pero que dejamos para la próxima. Hay tiempo porque hasta Santiago no paramos.