El 3 de octubre regrese a casa, todo magullado físicamente, porque el esfuerzo fue grande, pero recontento de haber logrado la meta que me había propuesto. Desde ese día hasta ahora, estuve en plan recuperación, física y mentalmente. Ahora, ya más tranquilo, intentare volcar fotos y memorias, como siempre lo hago, como una especie de archivo para mí mismo, pero para aquellos que de cualquier manera siempre me siguen en El Corral, espero que lo disfruten, aunque sea repetitivo.
Trataré de llevarlos desde St. Jean de Pied du Port en Francia hasta Santiago de Compostela en ancas de mi memoria, y con fotos que me ayudaran a recordar y recrear lo vivido...Buen Camino!!!
Juan Alberto Pintos
De Leon a San Martin del Camino
León, dos anécdotas del Camino
Con Jordi, que se calentó como caldera de lata. |
A mi muy gentilmente me asigna una litera baja, para que estuviera cómodo, a Jordi, lo lleva a la última fila de literas y le da la superior en medio de un pasillo. Mi compañero de viaje, un hombre muy gentil y educado para hablar, le pide dirigiéndose a él en catalán, si no le puede dar una cama de abajo, ya que el también a sus sesenta, tiene trabajo para subir. Y que además hacia unos días que veníamos con problemas estomacales y los viajes al baño eran muchos y seguidos.
Tienen razón los que dicen que no hay peor cuña que la del mismo palo.
Se le paso la mala leche al rato, nos vestimos y salimos a recorrer León, una de las ciudades grandes del Camino que mas me gusto e impresiono.
León, de otro tiempo y lugar, amarraditos
yo con un recrujir de almidón
y tú serio y altanero.
La gente nos mira
con envidia por la calle,
murmuran los vecinos,
los amigos y el alcalde.
Dicen que no se estila ya mas
ni mi peinetón ni mi pasador,
dicen que no se estila ya mas
ni mi medallón ni tu cinturón.
Yo se que se estilan
tus ojazos y mi orgullo,
cuando voy de tu brazo
por el sol y sin apuro.
No puedo describir las vestimentas ni decir de que estilo eran, pero los dos, tomados del brazo, como en el vals peruano, amarraditos, se deslizaban sobre el empedrado como si no lo tocaran. Ella vestida impecable de pies a cabeza, donde una discreta capellina la coronaba, el, de terno con chaleco, camisa de un blanco brillante y corbatín antiguo, el sombrero al estilo cantor de tango, le daba un aire elegante y arrabalero. Las sonrisas que les iluminaba la cara de piel curtida por el sol, se veían de lejos.
Estaban tan fuera de contexto con el resto de la gente, que parecía que habían venido de otro lugar y a mirar el futuro. Los seguí con mi vista, paso a paso, hasta que llegaron al lugar en que estábamos. Cuando se deslizaban delante de mí, me pare, me acerque a ellos y con todo el respeto que podía demostrar, les hice saber de mi admiración, “discúlpenme y permítanme decirles que son la pareja más hermosa y elegante que he visto desde que llegue a Europa” al tiempo que les hacia una pequeña reverencia.
En su estela dejaron el empedrado y mi alma marcada con su presencia, elegancia, orgullo de caminar juntos y un aire de nostalgia dulce. Yo no les tome ni una foto, sabía que el recuerdo le iba a hacer mas justicia al momento vivido.