A las seis de la mañana, el viento y la
lluvia vapuleaban los alrededores del Monte do Gozo, los pocos peregrinos que
ya se disponían a partir hacia la Plaza del Obradoiro. Iban envueltos en sus
ponchos para protegerse de la lluvia que fría e intensa castigaba sus cuerpos.
Yo era uno de ellos.
Bajé por la calle central del complejo,
maravillándome de lo grande que era y retome las flechas amarillas que me
llevarían a destino. Apenas aclarando me encuentro con un jardín lleno de
esculturas en piedra. Su autor, un hombre de avanzada edad, se paseaba entre
las estatuas con su perro, a paso cansino. Le pedí para entrar y abriendo el
portón, me invito a visitar su museo. A esto más adelante le dedicare una
crónica especial.
Después de un ratito, la necesidad de
llegar al Santo me ataco y salí al paso, bajo la lluvia, ya no pararía ni un
minuto, quería llegar ya. Los amigos que quedaban en el albergue, habían
concertado con los que venían de Pedrouzo, que los esperaríamos para entrar
todos junto, en marcha triunfal, a la plaza de la Catedral. Yo tenía otros
planes, con ellos había compartido casi todo el trayecto, especialmente con
Jordi, pero este tramo final, lo veía como un momento que debía vivir solo.
El llegar a la meta final, yo lo veía
como algo muy emocionante y espiritual, como algo que era solo mío, mi momento
de regocijo, donde pudiera darle rienda suelta a mis emociones sin tener que
pensar en mas nada que en eso. En cierta forma era una manera egoísta de
sentir, pero no me apesadumbraba, llevaba mucho tiempo pensando en esto y
quería disfrutarlo solo y a pleno.
Los cuatro kilómetros se me hicieron
cortos, a pesar de que al final yo quería estirarlos, por un lado comencé a
sentir la alegría de meta cumplida, por el otro, parecía que no quería
terminar, ya que mañana no estaría en el Camino y se terminaba el sueño,
llegaba la hora de volver a la realidad.
Los pasos cada vez se me hacían más cortos, las calles angostas parecían que me
querían ralentizar la travesía, para que la disfrutara más. Iba mirando a mi
alrededor como si hubiera llegando a un mundo encantado, quizás no fuera diferente
a muchas de las ciudades que ya había atravesado, pero era Santiago de
Compostela, la concreción de un sueño de años y de mucha planificación
innecesaria, ya que descubrí que el Camino se planea a sí mismo y te dicta los
pasos que tienes que dar, a su gusto y diseño.
Llegue con tiempo de sobra para asistir a
la primera misa del día, pero la entrada al tramo final fue realmente
emocionante. Al ver por primera vez las espaldas de la Catedral, empecé a
sentir una extraña sensación. Desde un túnel, por el cual tenía que pasar para
llegar a la plaza, brotaba una música de gaita melancólica que me invitaba a
acelerar el paso, seguí lento.
Se abre el amplio espacio del Obradoiro,
los antiguos y majestuosos edificios que la rodean, se ven como apariciones
fantasmagóricas bajo el cielo gris de lluvia y niebla. Miro hacia mi izquierda
y siento que el pecho se me aprieta, empiezo a sollozar sin poder controlarme,
la Catedral de Santiago del Compostela, la tumba de Santiago, está ahí frente a
mí, la plaza casi vacía por la hora y el agua, es toda mía.
Me descuelgo la mochila, y todavía
sollozando, rezo en agradecimiento a poder haber cumplido con mi meta.
Contento, satisfecho, lleno de una alegría indescriptible, a mi alrededor la
poca gente que hay, se esconde bajo sus paraguas o los aleros de los edificios
circundantes. Yo sentado sobre mi mochila, como un rey en su trono, gozaba el
momento sin importarme la mojadura.
Después de un rato, me fui a conocer la
iglesia y atender a la misa, todos momentos altamente gratificantes. Fui detrás
del altar, desde donde se puede abrazar a Santiago y también a visitar la
capillita de la Virgen de Lourdes, con los Bizera en mi mente. Una medallita de
la virgen me había acompañado todo el Camino, me había protegido y ayudado en
los momentos mas difíciles, le prendí una vela y salí, contento y chiflando
bajito. !!!Tarea cumplida!!!
Cerca de las once de la mañana, llegaba
toda la barra, los espere en la puerta del túnel y festeje con todos ellos la
llegada. Nuevamente fue un momento muy especial, ya que después de hoy a muchos
de ellos nunca más los volveré a ver, con otros si Dios quiere, quizás nuestros
Caminos se sigan encontrando.
La verdad, que la recompensa de la
llegada, justifico todos los sacrificios de la travesía, lo más seguro que
pronto esté de vuelta en otro Camino de Santiago, sé que no serán las mismas
sensaciones, pero sé que será igualmente disfrutable, ya que el Camino te marca
tu rumbo y te lleva a ese interior que muchos nunca llegan a conocer. Descubrí
cosas de mi mismo que nunca hubiera sabido si no fuera por las largas horas en
la ruta, solo, conmigo y mis pensamientos.
A todos los “amigos” que conocí en el
Camino, hasta siempre…Ultreia y hasta que nos volvamos a encontrar, les deseo
“Buen Camino” en sus vidas.
A los que siguieron mis crónicas y
andanzas, Gracias por acompañarme y que Dios, Santiago y San Cono los protejan…
yo dentro de 8 días vuelvo al Camino, esta vez desde Sevilla, me esperan más de
mil kilómetros, pero hasta Santiago no paro.