El dejar Hontanas fue una
alegría, a pocos kilómetros de camino, nos encontramos con algo hermoso. El
antiguo Convento de San Antón, unas ruinas que le brindan un arco de triunfo a
la carretera. Se puede apreciar que este majestuoso edificio que data de 1146,
por su envergadura y ubicación, tiene que haber sido un lugar maravilloso para
los peregrinos de la época. Hoy día cuanto te vas acercando, la aparición parece
espectacular. En los últimos años, este lugar está siendo administrado y operado
por un grupo privado, que de a poco ha ido recuperando las ruinas y sus
alrededores, los gastos operativos salen del albergue y algunas donaciones de la
Provincia.
En la nota anterior me
preguntaba cómo evitar Hontanas, parece que ya lo encontré, caminare 3
kilómetros mas para llegar a este lugar que me intriga y me seduce.
Con los pies muy doloridos y
las botas que empezaban a perder su forro interno, seguí camino rumbo a
Castrojeriz, una coqueta población con dos o
tres iglesias importantes y un
antiguo castillo que desde una colina domina el paisaje. Angostas calles de
piedra que parecen estar diseñadas en forma de medialuna, me depositaron en la
Plaza Mayor, donde después de un buen desayuno, conseguí un negocio que tenia la
tan ansiada “cinta americana” (duct tape), que hacía dos días buscaba para
reparar un poco el interior de las botas. Como siempre, con mi conocido espíritu
de sobreviviente, logre reparar un poco el calzado y de ahí en adelante pude
andar un poco más cómodo.
La alegría y la sonrisa me duro
hasta que arribamos al Alto de Mostelares, una subida que martiriza en poco
trecho el espíritu y el físico del peregrino. Realmente un alto que a pesar de
no ser muy largo, con su acentuada pendiente, te asusta y ataca los sentidos. Al
pie, me saque una foto para que mi familia me viera antes de que la parca me
derrumbara a medio camino… pero como tantas otras veces, sobreviví.
Los campos dorados y ocres
nos acompañaron por horas, hasta llegar a la fuente del Piojo, donde
encontramos los únicos arboles para abatir el sol, desde que habíamos salido
de Castrojeriz. Un vecino de la zona tenia sobre una mesa bebidas y comidas
para los peregrinos, tome una Coca Cola, para no perder la costumbre,
rellene la botella de agua y descanse un rato a la sombra y sobre un banco
de picnic. Casi entre dormido, pensaba en el Convento de San Antón, que me
había quedado en la mente.
Una hora después de retomar
la marcha, nos topamos con una vieja iglesia, San Nicolás, un albergue hoy
día operado por una confraternidad italiana, justo junto al rio Pisuerga,
donde entramos a la Provincia de Palencia.
Por días hemos caminado por
inmensidades de campo, sin ver gente ni tractores trabajando, la desolación
total y ausencia de gente viviendo en el campo me llamaba la atención, pero
al cruzar el rio, fue como si hubieran abierto las puertas a otro mundo. El
verde de los plantíos de remolacha azucarera, los tractores y los sistemas
de riego, apagando la sed de los maizales, parece que te querían decir que
te despertaras, mira que has llegado a Palencia, tierra rica y productiva.
El ver a los locales
trabajando sus tierras, me levanto el espíritu, desde este lugar en
adelante, casi terminaban los áridos campos y los caminos sin sombras o
cambio de matices. Llegar a Boadilla del Camino se hizo fácil, el aire
parecía más fresco, una brisa me lavaba la cara, me estaba recuperando,
esa noche en el albergue Titas encontraría el descanso que me faltaba.
Sigan mirando las fotos,
yo voy a cargar mis pilas y después… hasta Santiago no paro.