Ya les
dije que Burgos es magnífica, pero me hubiera gustado tener más conocimientos
sobre fotografía y además sacar las fotos con una cámara, no con el teléfono,
como lo hice durante todo el viaje.
Eran las
cinco de la mañana y ya despierto e inquieto salte de la cama, tratando de
hacer el menor ruido posible, me cargue el equipo y salí a la calle, quería ver
la ciudad todavía de noche, me quedaba un rato hasta la hora normal
de salida y Jordi no estaría pronto antes de eso.
Las
luces de la catedral y de las angostas calles, brindaban un espectáculo
hermoso. Camine por casi todos los lugares que había visto el día anterior,
pero las calles y plazas, ahora vacios, parecían todavía más grande, las luces
y sombras le daban un aspecto entre enigmático y misterioso. Encontré un
chiringuito abierto, donde los parroquianos estaban cerrando la noche con
churros y chocolate, algunas cervezas todavía rondaban el ambiente.
Me
senté en una pequeña mesa en el patio del lugar, con un cortado y churros
desayune opíparamente, tratando de captar y disfrutar todo en las últimas horas
que me quedaban en Burgos. Los pocos que pasaban por la calle o se iban del
boliche, me deseaban “Buen Camino”, a todos les respondí “Buenas Noches y que
descansen”. A las siete en punto me encontré con mi compañero de ruta y
partimos rumbo a Hontanas.
Entre
parques, bulevares, desarrollos urbanos, pueblos y pueblitos transcurrieron los
próximos 12 kilómetros.
Después de Tardajos, nos dimos de frente con Rabé de las Calzadas, donde sin
mucho protocolo la ruta nos hizo subir de golpe a la famosa Meseta Castellana,
que por los próximos días será nuestra compañera y verdugo.
De aquí
en adelante, los marrones y los dorados de los trigales y pasturas, es un mundo
ocre, sin árboles ni sombras de ningún tipo, largas rectas pedregosas sin más
distracción que alguna perdiz, que perdida o abombada por el calor sale
distraídamente al descubierto.
Montículos
de piedras, originalmente hechos por los dueños de los campos, limpiando para
hacer plantíos, se erigen a cada paso, con el distintivo que los peregrinos,
cansados y aburridos con la monotonía del lugar, comienzan a hacer diferentes
diseños o marcas, que se van extendiendo a todo el largo y a la vera del
camino.
Se pasa
por parajes donde comienzo a notar una tendencia de construcción, que me llama
mucho la atención, casi todos los edificios, casas, iglesias y hasta el
ayuntamiento, son hechos con bloques de barro. Si, como en las películas
de cowboys que filman en Méjico, como en los pueblos más remotos de mi querido
Uruguay. Los grandes bloques de adobe, a veces terminados como si fueran de
cemento, otras dejado en su estado original. La verdad que me
sorprendió,
principalmente porque para nosotros, los tercermundistas, la imagen que tenemos
de España y en general, de todo el primer mundo, no tiene ni por asomo casas de
barro.
Los kilómetros se me empiezan a subir al cuerpo, apurados por el sol, la
sed, lo aburrido del trayecto, cuando de atrás un…”buen camino peregrino” me
despierta. “La destartalaa” me ha alcanzado y conversando seguimos juntos por
un buen trecho, arribamos a un oasis, una pequeña fuente de agua fresca, unos
árboles, mesas de picnic y una persona del lugar que sobre dos mesas plegables,
tiene bebidas frescas, café, bollos y frutas. Luego de tomar una Coca Cola bien
fría y comer una banana, le pregunto cuánto le debo y la respuesta fue, “nada, a
voluntad, no puedo cobrar, porque estoy en el paro, si le cobro algo y me
denuncian me lo cancelan, así que si quiere hacer una donación, será
bienvenida, ahí hay una caja para su voluntad”. Sin hacer comentarios sobre un
país al que quiero y respeto mucho, y como extranjero visitante no tengo
derecho, solo agrego, esa es la situación en España para muchos hoy día.
Bebí, comí, cante a la sombra de los arboles, converse con peregrinos
que hacía días que no veía y otra vez me hice a la ruta, solo otra vez. Ensimismado
y pensando en las bendiciones que he recibido, paso a paso, un pie
delante de otro, mecánicamente, mientras mi mente me llevaba a lugares y
momentos políticos y humanos que me comían el coco.
¡!!WOW!!!, casi me mato, de golpe y porrazo estoy en una bajada muy
pedregosa y acentuada que me despierta y vuelve a la realidad, el bordón que me
regalaron los Bizera, me salva nuevamente de un golpe. Después, mirando un
mapa, me entero que le llaman la bajada de Matamulos. A este mulo casi se lo
lleva.
Desde
ahí en adelante, después de pasar Honillos, empieza el verdadero suplicio,
llevo caminando desde las cinco de la mañana y hecho unos 22 km. sin contar los que
hice en la madrugada en Burgos, después de pasar una cruz de fierro y el
Albergue de San Bol, aparecen carteles indicadores de que faltan cinco Km.,
pero uno camina y camina y camina y camina, faltan tres, faltan dos, falta uno…
a pesar de estar en una meseta, a casi 800 metros de altura, no
se ve ningún pueblo, la desesperación se empieza a apoderar de mi, pensando que
en algún lugar me extravié… otro cartel dice “albergue a 800 metros”, yo todavía
no veo nada… de repente otra bajada acentuada y ahí se
ve a tiro de piedra la
torre de la iglesia de Hontanas, que como un pueblo fantasma de película del
oeste aparece de golpe en el bajo.
A la entrada una fuente de agua fresca me llama y da un abrazo que me
calma la sed y el espíritu, me lava el dolor de los 30 y pico de
km. caminados.
Ana me
alcanza en ese preciso momento, un “putamadres que día por Dios”,
sintetiza mi pensamiento y toda la jornada. Entramos juntos al pueblo mientras
esperamos que Clint Eastwood aparezca en cualquier momento.
La seguimos después, porque hasta Santiago no paramos.