Burgos es
quizás una de las ciudades más lindas de España, yo he recorrido bastante y
creo que no me equivoco si la considero entre las diez más interesantes. Aquí
se me hizo muy difícil el ser peregrino, aparte de haber asistido a la misa en
la catedral y dormir en el hermoso y moderno albergue, en todo lo demás fui
estrictamente un “turigrino”.
Llegamos
como a las dos de la tarde, así que el tiempo no era mucho para disfrutarla, la
entrada al albergue fue lenta por la cantidad de gente, el registrarse y ser
ubicado llevo casi una hora, pero valió la pena, ya que sin duda, el moderno y
limpio lugar fue una grata sorpresa en el Camino. Preparar la litera, ducharse,
vestirse, acomodar equipo
y salir a la calle, fue todo un remolino. No queríamos
perder tiempo, ya que la noche se vendría encima y había mucho para ver.
Era
Domingo, así que mientras yo me fui a la misa, Jordi camino un poco por los
alrededores, después nos reunimos en la plaza frente a la catedral. De ahí en
adelante hasta tarde a la noche, fuimos unos verdaderos “turigrinos”, nos
subimos a un trencito de turistas que en aproximadamente una hora, recorre todo
el centro histórico de la ciudad, incluyendo la Universidad y sus
alrededores. Para el peregrino normal este tipo de actividad está fuera de
concurso, pero mi esposa Titina y yo, ya habíamos visitado Burgos, por lo cual
yo sabía que era grande y muy pintoresca, así que no me molesto el hacerlo.
Después de
ese paseo, deambulamos por las calles maravillándonos a cada paso con la
arquitectura y los monumentos. Nos cruzamos con muchos peregrinos, que como
nosotros no terminaban de entender cómo puede haber tanta belleza en un solo
lugar. Otros, como Koki, el japonés y Brasil, su
compañero inseparable, habían
copado un bar con un grupo de amigos, en una calle angosta frente al albergue.
Los canticos y el rio de cerveza siguieron su curso, hasta después del cierre
de puertas del albergue, por lo tanto no sé donde durmieron los amigos.
Jordi y yo,
recorrimos varios lugares hasta llegar a un lugar llamado la Mejillonera, parados
junto a la barra nos deleitamos con varias raciones, mejillones, rabas,
calamares, patatas bravas y por supuesto todo con un buen regado de cervezas
frías, bien frías. De vuelta hacia el albergue paramos en otro restaurante, en
el que ya habíamos comido antes, para tomarnos un buen café y utilizar el WiFi,
que no era fácil de encontrar.
En ese
lugar conocí lo que después sería mi gran amor por el resto del viaje, el Orujo
de Hierbas, una bebida deliciosa que me cautivaría y seria mi libaje predilecto
por el resto de la ruta. Pena que aquí en Canadá no se consigue.
Cuando
llegamos a la puerta del albergue, ya estaban a punto de cerrar las puertas, la
verdad es que estábamos en los descuentos. Burgos nos había impresionado en
todo sentido, su arquitectura, jardines, sus bares y restaurantes, su
maravillosa catedral, que no importa desde donde la mires y a qué hora, ya que
en la oscuridad de la noche, su iluminación la vuelve todavía más
impresionante.
A tal punto
que yo estaba listo para seguir bien temprano, a las cinco de la mañana, ya
estaba afuera todo equipado, pero recorriendo los alrededores, hasta las siete,
cuando con mi compañero reemprendimos viaje. Las palabras de Jordi al
marcharnos fueron, “aquí tengo que regresar con mi esposa”.
Nos fuimos
lentamente y mirando para atrás varias veces, como tratando de llevarnos más
detalles. En cuanto al sentido espiritual de El Camino, quizás no hayamos
aprendido mucho, pero en el cultural y gastronómico, nos lleno las mochilas de
sorpresas. Si alguna vez el Gran Arquitecto del Universo me brinda la
oportunidad de volver, le tengo que dedicar 2 o 3 días.
Ahora los
dejo con la ciudad en fotos, que es la mejor forma de describirla… después de
esto manténganse cerca porque esta la seguimos y hasta Santiago no paramos.