El 3 de octubre regrese a casa, todo magullado físicamente, porque el esfuerzo fue grande, pero recontento de haber logrado la meta que me había propuesto. Desde ese día hasta ahora, estuve en plan recuperación, física y mentalmente. Ahora, ya más tranquilo, intentare volcar fotos y memorias, como siempre lo hago, como una especie de archivo para mí mismo, pero para aquellos que de cualquier manera siempre me siguen en El Corral, espero que lo disfruten, aunque sea repetitivo.

Trataré de llevarlos desde St. Jean de Pied du Port en Francia hasta Santiago de Compostela en ancas de mi memoria, y con fotos que me ayudaran a recordar y recrear lo vivido...Buen Camino!!!

Juan Alberto Pintos

Tarea cumplida, llegada a Santiago de Compostela

A las seis de la mañana, el viento y la lluvia vapuleaban los alrededores del Monte do Gozo, los pocos peregrinos que ya se disponían a partir hacia la Plaza del Obradoiro. Iban envueltos en sus ponchos para protegerse de la lluvia que fría e intensa castigaba sus cuerpos. Yo era uno de ellos.
Bajé por la calle central del complejo, maravillándome de lo grande que era y retome las flechas amarillas que me llevarían a destino. Apenas aclarando me encuentro con un jardín lleno de esculturas en piedra. Su autor, un hombre de avanzada edad, se paseaba entre las estatuas con su perro, a paso cansino. Le pedí para entrar y abriendo el portón, me invito a visitar su museo. A esto más adelante le dedicare una crónica especial.

Después de un ratito, la necesidad de llegar al Santo me ataco y salí al paso, bajo la lluvia, ya no pararía ni un minuto, quería llegar ya. Los amigos que quedaban en el albergue, habían concertado con los que venían de Pedrouzo, que los esperaríamos para entrar todos junto, en marcha triunfal, a la plaza de la Catedral. Yo tenía otros planes, con ellos había compartido casi todo el trayecto, especialmente con Jordi, pero este tramo final, lo veía como un momento que debía vivir solo.

El llegar a la meta final, yo lo veía como algo muy emocionante y espiritual, como algo que era solo mío, mi momento de regocijo, donde pudiera darle rienda suelta a mis emociones sin tener que pensar en mas nada que en eso. En cierta forma era una manera egoísta de sentir, pero no me apesadumbraba, llevaba mucho tiempo pensando en esto y quería disfrutarlo solo y a pleno.

Los cuatro kilómetros se me hicieron cortos, a pesar de que al final yo quería estirarlos, por un lado comencé a sentir la alegría de meta cumplida, por el otro, parecía que no quería terminar, ya que mañana no estaría en el Camino y se terminaba el sueño, llegaba la hora de volver a la realidad.

Los pasos cada vez se me hacían más cortos, las calles angostas parecían que me querían ralentizar la travesía, para que la disfrutara más. Iba mirando a mi alrededor como si hubiera llegando a un mundo encantado, quizás no fuera diferente a muchas de las ciudades que ya había atravesado, pero era Santiago de Compostela, la concreción de un sueño de años y de mucha planificación innecesaria, ya que descubrí que el Camino se planea a sí mismo y te dicta los pasos que tienes que dar, a su gusto y diseño.

Llegue con tiempo de sobra para asistir a la primera misa del día, pero la entrada al tramo final fue realmente emocionante. Al ver por primera vez las espaldas de la Catedral, empecé a sentir una extraña sensación. Desde un túnel, por el cual tenía que pasar para llegar a la plaza, brotaba una música de gaita melancólica que me invitaba a acelerar el paso, seguí lento.
Se abre el amplio espacio del Obradoiro, los antiguos y majestuosos edificios que la rodean, se ven como apariciones fantasmagóricas bajo el cielo gris de lluvia y niebla. Miro hacia mi izquierda y siento que el pecho se me aprieta, empiezo a sollozar sin poder controlarme, la Catedral de Santiago del Compostela, la tumba de Santiago, está ahí frente a mí, la plaza casi vacía por la hora y el agua, es toda mía.
Me descuelgo la mochila, y todavía sollozando, rezo en agradecimiento a poder haber cumplido con mi meta. Contento, satisfecho, lleno de una alegría indescriptible, a mi alrededor la poca gente que hay, se esconde bajo sus paraguas o los aleros de los edificios circundantes. Yo sentado sobre mi mochila, como un rey en su trono, gozaba el momento sin importarme la mojadura.

Después de un rato, me fui a conocer la iglesia y atender a la misa, todos momentos altamente gratificantes. Fui detrás del altar, desde donde se puede abrazar a Santiago y también a visitar la capillita de la Virgen de Lourdes, con los Bizera en mi mente. Una medallita de la virgen me había acompañado todo el Camino, me había protegido y ayudado en los momentos mas difíciles, le prendí una vela y salí, contento y chiflando bajito. !!!Tarea cumplida!!!
Cerca de las once de la mañana, llegaba toda la barra, los espere en la puerta del túnel y festeje con todos ellos la llegada. Nuevamente fue un momento muy especial, ya que después de hoy a muchos de ellos nunca más los volveré a ver, con otros si Dios quiere, quizás nuestros Caminos se sigan encontrando.

La verdad, que la recompensa de la llegada, justifico todos los sacrificios de la travesía, lo más seguro que pronto esté de vuelta en otro Camino de Santiago, sé que no serán las mismas sensaciones, pero sé que será igualmente disfrutable, ya que el Camino te marca tu rumbo y te lleva a ese interior que muchos nunca llegan a conocer. Descubrí cosas de mi mismo que nunca hubiera sabido si no fuera por las largas horas en la ruta, solo, conmigo y mis pensamientos.

A todos los “amigos” que conocí en el Camino, hasta siempre…Ultreia y hasta que nos volvamos a encontrar, les deseo “Buen Camino” en sus vidas.

A los que siguieron mis crónicas y andanzas, Gracias por acompañarme y que Dios, Santiago y San Cono los protejan… yo dentro de 8 días vuelvo al Camino, esta vez desde Sevilla, me esperan más de mil kilómetros, pero hasta Santiago no paro.


“Hoy tengo que llegar a Santiago”

Cuando me desperté en Arzúa, el primer pensamiento que me vino a la cabeza, fue “Hoy tengo que llegar a Santiago”, 42 km. me separaban del Santo, difícil pero no imposible.
Me vestí rápidamente, el sol todavía no despuntaba, todos a excepción de Carlos (no el mejicano), dormían, todavía bajo la resaca del festejo de Falk, la noche anterior. Mire las botas que totalmente deshechas me pedían clemencia, las abandone, me puses las zapatillas y partí. En ese momento Jordi que se despierta, me pregunta que hago tan temprano. Cuando se entera que hoy llego a Santiago, me dice que estoy loco, él se quedara en Pedrouzo.

A un trote mucho más rápido de mí común salí rumbo a Santiago, la noche todavía le ganaba al día, las luces parecían estar más cerca de la medianoche que del canto del gallo. Yo parecía tener una necesidad de vida o muerte, debía llegar a Santiago. Era más fuerte que yo, las flechas amarillas me habian hipnotizado.
De cualquier manera, horas después, ya toda la barra comenzó a alcanzarme y pasarme, junto a una vieja ermita, me senté a comer algo, en mi bolsa un cremoso queso de Arzúa y una pierna de chorizo ahumado, eran el sustento ideal para el último día de viaje. Como aves de rapiña olfateando la comida, aparecen Sandra, Albi, Raúl y Jordi. Le hicimos los funerales a la comida,
charlamos un rato mientras descansábamos y retomamos el camino. En mi mente…”hoy llego a Santiago”.

El mediodía me encontró nuevamente caminando solo y entrando a Pedrouzo, el lugar donde la mayoría se quedaría. Habían transcurrido 19 km. de lindos senderos, pueblitos que parecían escapados de otros tiempos, y por todos lados los gallegos trabajando. Desde que había entrado a España, nunca había visto tanta gente atendiendo a sus tareas y sus animales, daban ganas de ponerse a ordeñar junto con ellos.
En un bar junto a la carretera, algunos de mis compinches se habían detenido a almorzar antes de ir al albergue. Comí con ellos y les repetí mi idea de llegar a Santiago de una vez. Me sentía fuerte y estaba realmente convencido de hacerlo. Sandra, Raúl y Albi, decidieron seguir por lo menos hasta el Monte do Gozo, 4 km. antes de Santiago. Retomamos camino, nos encontramos con Jordi, que ya había dejado sus cosas en un albergue y estaba junto a la ruta, para ver quien pasaba y si yo me quedaba o seguía.

Me despedí de él, con la promesa de que los esperaría al otro dia en el Obradoiro cuando todos llegaran juntos. Unos hermosos senderos bajo los eucaliptus, me hacían sentir bien, la distancia recorrida todavía no me pesaba, los que seguían eran muy pocos, así que se sentía una soledad que servía de incentivo para seguir. 
Los otros como siempre se adelantaron y no los volvería ver por el resto de la caminata de hoy.
Cada pueblito que cruzaba, me parecía que era el último, a las cinco de la tarde, cuando me encontraba frente a un edificio de una televisora, cuatro peregrinos franceses, sentados a la sombra de un muro, me dicen que todavía estamos como a 3 Km. del Monte do Gozo.

Seguí al tranco, ya estaba cansado, pero “hoy tengo que llegar a Santiago”, repiqueteaba fuerte en mi cabeza. Al llegar a Monte do Gozo, me acerque al punto desde donde ya se veía la primera vista de Santiago de Compostela y su grandiosa Catedral. La vista me deslumbro, no pude evitar que unas lágrimas me lavaran la cara. Ya casi estaba ahí, ya casi se había cumplido con la meta, por una media hora sentado en el piso, junto a dos peregrinos eternos, perdí noción de todo, estaba feliz.
Cargue la mochila y comencé a caminar, pero ahora ya no quería llegar, pensaba que si llegaba al Obradoiro muerto de cansancio y de noche, no disfrutaría debido al agotamiento, que el esfuerzo que había hecho merecía que pudiera llegar de forma tal que me permitiera absorber totalmente lo que me esperaba, el final del Camino, el abrazo al Santo.

Después de haber caminado unos 300 metros, me volví rumbo al albergue, descansaría y temprano a la madrugada, saldría renovado y pronto para gozar de Santiago y asistir a la primera misa del día, faltaban 4 km., pero yo estaba satisfecho de lo hecho hoy. Después de una cena ligera me fui a dormir, la parte de la barra que había llegado hasta este albergue, estaban todos reunidos para disfrutar de una cena al estilo coreano, que YouYoung estaba preparando en la cocina. No pude acompañarlos, el cuerpo no me lo permitía.

Estaba a pasos de la meta y debía descansar porque, ya sabía que hasta Santiago no paraba. 

Palas do Rei y Arzua... solo llegar en la mente

Las etapas que nos llevaron a Palas do Rei y Arzua, con el tiempo se han fundido en mi mente como una sola, los kilómetros recorridos, se amontonan y es difícil separarlos. Solo mirando las fotos y viendo que aparecen noches entre medio, me comienzo poco a poco a recordar.
Lo que no se ha borrado de ninguna manera, son los olores de Galicia, tan parecidos a los de mi misma tierra. La cantidad de Hórreos que adornan casi todas las casas por las que pasamos, los interminables montes de eucaliptus, que me llevan a mi niñez a los montes del Viejo Luca, por donde cruzábamos con mi hermano para ir a visitar a mi tía Juana.

Ermitas de piedra, centenarias y sencillas iglesias que de puertas abiertas de par en par, te invitan al regocijo espiritual y que, por momentos es el único refugio del bullicio y la montonera de peregrinos y turigrinos que parecen multiplicarse exponencialmente.  
Puentes armados por simplemente rocas gigantes que apoyadas sobre el lecho del rio, te hacen acordar las calles de Pompeya, de ruinas que no lo son, piedras cubiertas por el musgo del tiempo y que muestran la típica patina del uso centenario.
Animales de granja de todo tipo y colores, infaltables vacas rubias, o como les llamaba mi abuelo Aniceto, “vacas antiguas”. Cada paso que daba, me ponía más melancólico, se repetía mi pueblo y mi vida de pueblo, en cada curva del sendero. Pensaba en lo fácil que había sido para los emigrantes Gallegos que llegaban a Uruguay, el acostumbrarse a nuestro país. Ellos se habían traído su país y costumbres  a cuesta y lo habían desparramado en nuestro territorio.
Las diferentes parroquias o poblados se sucedían uno tras otro y los marcadores de kilómetros que faltaban para llegar a Santiago, anunciaban que se acercaba el final, que por ahora no queríamos que llegara.
En Melide, volví un poco a la realidad cuando encuentro a la banda de amigos, comiendo pulpo y deleitándose con esa especialidad de la zona. Comí descanse, tome unos vinos, me cure los pies que me venían torturando y retome el Camino otra vez como hipnotizado.

Palas do Rei, un pueblo mas, con la única peculiaridad, que la Plaza Mayor, es techada y Santiago cómodamente abrigado saluda por sobre el piso de cemento. Una fuente, también bajo techo, se ve completamente fuera de lugar. No lo entendí, pero como llovía, Jordi y yo nos sentamos un rato ahí, antes de regresar al albergue.  Simplemente este pueblo no tiene, para mí, ni fu ni fa.

Todavía no había amanecido, cuando me hice a la ruta, quería estar fuera del pueblo y entre los campos y animales antes de que el sol removiera el avispero. No había caminado 10 minutos cuando una nueva horda de gente, me superaba a los gritos y sin mochilas. Seguí a mi paso, nuevamente trate de entrar en el trance del día anterior, para disfrutar lo que me gustaba e ignorar todo lo molestoso de la muchedumbre.
Entre en toda iglesia, ermita o cementerio que encontré, para disfrutar la paz, me senté a orillas de varios riachuelos y sin prisa, me dedique a llegar a Arzua, donde nos reuniríamos para celebrar el cumpleaños de Hank, el alemán, aquel que en Hontanas, me había dado su litera de abajo, cuando yo ya estaba por dejar el albergue cuando me entere que tenía que dormir arriba.

Los kilómetros ya le habían dicho a mis botas que no las querían ver más. Las pobres ya todo rotas y desvencijadas, no querían dar un paso más y mis pies, cada vez mas sintiendo su tortura, estaban de acuerdo en que ellas no pasaban de aquí, que tenían que ser condenadas por abandono de trabajo. Les saque los cordones y las plantillas de gel, como quien recoge despojos después de la batalla y ahí quedaron.

Mi mente ya estaba en temprano a la mañana, saldría con muy fieles y antiguas Nike, que serian las que me llevarían hasta el pie del Santo. Después de una buena cena y los canticos celebratorios, me fui temprano a la cama, algo me decía que mañana iba a ser un día muy especial.


 Por hoy los dejo, nos queda tan poquito, Santiago de Compostela esta a 42 kilómetros y hasta ahí no paro. Hoy muchas fotos, si quieren verlas todas y están leyendo esto en www.floridaonline.com, vayan después awww.elcorraldeltordillo.com, ya que el Dire no siempre tiene espacio para ponerlas todas.

Y comienza la romería…un pueblo bajo las aguas del Miño

Desde Samos a Sarria, rumbo a Portomarin, se empieza a perder aceleradamente el espíritu del Camino. Los paisajes siguen siendo hermosos, los poblados llenos de vida, gente que trabaja atendiendo sus tierras y animales, se suceden continuamente y lo hace totalmente entretenido e interesante, pero…
Sí, siempre aparece un pero, para lograr la Compostela que documenta la peregrinación a Santiago, se tienen que hacer por lo menos 100 km. a pie o 200 km. en bicicleta. Por lo tanto un gran porcentaje de gente inicia su travesía en Sarria, último lugar desde donde se puede calificar para el documento. La gente aparece de todos lados, los senderos se llenan de estudiantes, turistas extranjeros, buses que llevan gente a hacer los 100 km. de a tramos. La congestión se vuelve reina y los que vienen caminando por alrededor de 27 días, se sienten casi desplazados.

Hacía varios días que no veía a Ana, una enfermera de Madrid, que por grandes trechos, desde los Pirineos, compartimos distancias y albergues. A ella le gustaba caminar con sus propios planes y horarios, así que a veces la perdíamos para volverla a encontrar días después, una persona muy linda para intercambiar ideas, conocedora del Camino y más que nada de su España. A poca distancia de Sarria, yo sentado a la orilla de un estrecho sendero, esperaba que un grupo de más de cien estudiantes con sus chaperones, que casi me atropellan y pasan por encima, terminara de pasar.
Estaba al borde del mal humor, ya que minutos después de sobrepasarme esa muchedumbre, dos buses llenos de escandinavos, descargaba sus turigrinos delante de mí. Esa carga de gente mucho mayor que yo, se movía como una sola masa, a velocidad de tortuga. Me llene de desolación, vi como lo que hasta ahora había sido una felicidad, se transformaba en una lucha por espacio en los senderos.

Sentado ahí, vi que se acercaba la figura de Ana, lentamente, como cansada…” Por Dios, esto es una romería”  fueron las primeras palabras que le escuche, “en el primer lugar que encuentre locomoción, me marchare a Madrid y volveré a completar el recorrido en invierno, sin mosquitos ni turistas”.
Conversamos un rato, esperando que hubiera menos gente, pero al final seguimos caminando y refunfuñando, desilusionados por el día que nos esperaba.  En el primer pueblo al que llegamos, se despidió de mí y nunca mas la vi.

Los animales del campo pasaron a ser la distracción para seguir disfrutando un poco un dia que ya se veía arruinado. Pero Galicia es Galicia y en poco rato me levanto el espíritu. Comí tortas de leche frita, que una anciana ofrecía al borde del camino, recibí unos dulces higos de regalo, robe uvas de un parral, probé y compre cremosos quesos recién hechos, me acerque a un establo donde estaban ordeñando y me tome un vaso de leche al pie de la vaca, como en mi Florida natal. En síntesis, como que volví a la infancia en mi pueblo, donde los gallegos y los vascos nos brindaban los mismos manjares.
La llegada al marcador de que quedaba solo 100 Km. me encontró solo, pero por alguna razón se volvió en un momento emocionante, cada vez veía la meta más cerca, cada vez me parecía más increíble todo lo que había caminado para llegar hasta allí. Me puse a pensar a todo lo que había aprendido del grupo, del Camino, de España y más que nada sobre mí. La aventura todavía me parecía mentira.

Dos largos puentes reciben al caminante a la entrada de Portomarin, uno casi al nivel del rio, con sus arcos romanos y que data de mucho tiempo atrás. El otro un alto puente, preparado para estar por sobre el nivel del embalsado, tiene un estrecho sendero para peatones. Desde la altura se pueden ver los restos del antiguo pueblo que quedo bajo las aguas cuando se hizo el embalse. Al final una majestuosa escalera da la entrada al pueblo.
La sensación que da al ver esas ruinas en el lecho del rio, es de tristeza.
 ¿Quién sabe cuántas historias familiares yacen en las claras aguas?  La iglesia, como siempre, atesoradora de secretos y misterios de siglos, fue movida piedra a piedra y reconstruida en lo más alto del nuevo pueblo y frente al Ayuntamiento, formando hoy parte de la Plaza Mayor y centro de reunión de la comunidad.

Debido a la cantidad de peregrinos y turigrinos, el pueblo estaba lleno totalmente, otra vez los salvadores del día fueron Raul y Javi que habían reservado espacio para todo nuestro grupo antes de salir de Samos.
En el bonito y bien cuidado albergue privado, nos encontramos y conocimos a los padres y la hermana de Carlos, el mejicano, que también se plegaban al Camino. Con esta familia, compartimos lindos momentos de plática, donde el patriarca de la familia, demostró ser un hombre con mucha experiencia bajo el sombrero y cantidades enormes de anécdotas e historias que demandaban atención.

Una buena estadía fue disfrutada por todos, como siempre, Jordi y Yo, buscando un poco de tranquilidad, nos fuimos a un restaurante junto al rio, desde donde admiramos la caída del sol mientras nos saciábamos el apetito.
La seguimos… falta poco para parar en Santiago. 


Hacia Samos y con las chinches

Después de la hermosa jornada en O Cebreiro, amaneció un día deslumbrante, de a poco los peregrinos salían al paso rumbo a Triacastela, nosotros como grupo, habíamos decidido tomar la ruta alternativa para visitar el majestuoso monasterio de Samos, un lugar histórico y de mucha influencia en el Camino desde sus comienzos. Personalmente, había leído sobre ese lugar y me hacía mucha ilusión quedarme a dormir en al albergue del Monasterio y además asistir a las misas cantadas que brindan los miembros del claustro.

El paisaje a nuestro alrededor era increíble y nos esperaban lugares como el Alto de San Roque y al Alto de Poio, dos lugares donde se requería mucho esfuerzo pero que valían el sacrificio por las vistas que brindan. Pero no todo eran alegrías, al grupo se habían unido y sin aprobación común, un grupo de chinches que venían escondidas en los cuerpos y ropas de Javi y Carlos, quienes sufrieron mucho su compañía.
Como de costumbre, yo al paso, me fui quedando retrasado, pero no me molestaba para nada, el paisaje me acompañaba. El sol tibio y una brisa de montaña, muy placentera, invitaban a regocijarse con la ruta, sin pena y sin pausa.
En el Alto de San Roque me encontré con un peregrino que luchando contra el viento, parecía caminar fuera de su paso de bronce. Los valles a sus pies estaban vestidos de intensas gamas de distintos verdes, los peregrinos de carne y hueso nos sacábamos fotos junto a él como queriendo plasmarse en su historia y lugar.

Después de ahí, apareció una cuesta que por lo escarpada y rocosa, presentaba un gran obstáculo para nosotros, los más viejos. Un rato antes yo había parado en un pequeño bar junto al sendero y me había comido un buen bocadillo de jamón, acompañado por una fría Coca Cola, esto me había llenado de energía, sin saberlo, me estaba preparado para lo que se venía.
Haciendo fuerza, mirando las piedras como si fuera un geólogo, iba cabeza abajo obserbando donde ponía las botas y como me apoyaba en el bordón. La respiración se hacía cada vez mas exigida, pero por suerte los pies y las pantorrillas respondían bien.
Sentada en una roca, una señora de alrededor mi edad o quizás más, casi sin poder respirar, sollozaba desconsolada. Recorría el Camino sola, sin preparación alguna y cargada con una mochila de más de diez kilos, se había propuesto llegar a Santiago para lograr su Compostela y comenzando en O Cebreiro se largaba a la aventura. Ocho kilómetros después se daba cuenta que no había estudiado su futuro camino con seriedad. Ya no tenía fuerzas para seguir.

Mi cristiana conciencia no me permitía dejarla ahí, tirada en la ruta. Le brinde un bollo de chocolate, que llevaba para un caso de emergencia, le brinde una de mis botellas de agua y descanse con ella hasta que empezó a respirar normalmente y se encontraba más calmada. Después de invitarla a seguir caminando, le di mi bordón para que se apoyara bien y me cargue su mochila sobre mi pecho. La subida se me hizo muy pesada, pero por suerte a no más de 400 metros, el angosto y escabroso sendero desembocaba justo junto a un bar en el Alto do Poio. Allí la deje sentada en una mesa, me rogaba que la acompañara hasta Santiago, pero yo ya tenía suficiente problemas propios, como para cargarme de otros. Creyendo y convencido de que ya había hecho mi grano de solidaridad cristiana, me aleje raudo, sin prisa y sin culpa. Allí con medios de locomoción disponibles y en un centro poblado, ella tendría que planear sus pasos.
De aquí en adelante, es donde realmente te das cuenta de que estas en Galicia, bosques frondosos, musgos y helechos alfombran los suelos, vacas rubias y ese olor tan particular de tierra trabajada y establos llenos de animales. A diestra y siniestra casas, gente trabajando, olores de comidas caseras se escapan de las casas cuyas ventanas dan directamente a la senda del Camino. Me acorde de mi tía Aurea, una hermosa y simpática gallega que se había ido joven a Uruguay y que siempre decía… ¡Galicia, Galicia que bonita era mi tierra!

Los eucaliptos, el olor a tambo,  a bosta, a tierra húmeda y la gente con la que me cruzaba, me hacia acordar tanto de la misma tierra donde yo me crie, que instintivamente me sentí como en mi casa, además las sonrisas de los locales me hacían sentir bienvenido.
Las pequeñas poblaciones se sucedían una a otra, casi tocándose entre ellas, yo ya había entrado en un trance de recuerdos y nostalgias. Fui cantando cantos de mi tierra hasta Triacastela, donde me despertaron los gritos de el grueso de la barra, que sentados en un restaurante almorzaban opíparamente, tanto así que Javi termino durmiendo una siesta al costado del restaurante, tirado en un jardín, por supuesto que Duma, el perrogrino, montaba guardia a su lado .
Esta etapa se nos alargo, porque la mayoría de los peregrinos terminan en Triacastela, pero a nosotros nos esperaba Samos, unos 10 km. mas, sobre los 20Km. que ya habíamos hecho. Pero llegar a Samos y ver ese hermoso monasterio junto al rio Sarria, justificaba el sacrificio.

“Cerrado por fumigación, debido a infección de chinches” fue el cartel que me recibió a la puerta del albergue del monasterio. Raul, un madrileño re astuto, que ya sabía de eso, se había ocupado de hacer reservas en un albergue privado justo frente al monasterio. El pequeño lugar era un restaurante con dos cuartos en un piso superior, la capacidad de aproximadamente 14 personas, fue casi copada por nosotros. Me imagino que el propietario se quedo muy conforme cuando vio que éramos todos gastadores y que disfrutábamos de comida y bebida sin cuidar el bolsillo.

Esa noche me saque las ganas de escuchar una hermosa misa y un sermón por demás interesante, del cual les hablare otro día. El lugar es imponente y desde el momento en que entre, me di cuenta que estaba en un templo muy especial, lo recorrí de punta a punta, disfrutando cada uno de sus antiguos rincones y después me fui a dormir tranquilo.
En su totalidad, había sido una jornada excelente, las sensaciones de alegría y satisfacción habían colmado el dia. Los amigos estaban ya todos prontos para descansar y yo sin darme cuenta pase lista… Sandra, Albi, Raul, Manupedia, Youyoung, Carlos, Jordi, Laura, Valentina, Javi, Duma… todos presente.

Falta cada vez menos, pero hasta Santiago no paro.

O Cebreiro, Don Elias y Jordi.

O Cebreiro, es un pueblo que parece escapado de un libro de fabulas. Su iglesia, sus casas con techos de paja, sus calles de piedra, una vista incomparable, donde pareces que estas tocando el cielo, su aislamiento, todo eso junto lo hace un lugar muy especial.
Quizás no esté tan aislado como le parece al peregrino, pero después de sufrir por horas en la intensa y extensa subida, da la sensación de estar en el medio de la nada. Como yo había hecho la primera parte de la ruta en ómnibus, llegue al lugar temprano, las calles vacías lo hacían aparecer como un escenario preparado para una película sobre Hansel y Gretel.

El albergue todavía estaba cerrado y mi cansancio y dolor de pies y pantorrillas era enorme, así que me fui a una de los tantos lugares privados que hay, allí encontré una pieza para dos personas a un precio casi razonable y la tome enseguida, para poder descansar y a la vez asegurarme que Jordi tendría un lugar donde quedarse cuando arribara. Me habían dicho que todo se llenaba pronto y no quería correr el riesgo de dejar al cumpleañero sin cama.

Después de descansar un rato y darme una buena ducha, salí a recorrer el lugar y tomar algunas fotografías. La iglesia, a esta hora totalmente vacía, me lleno de una paz especial, yo no sabía mucho sobre ella, pero solo al entrar me di cuenta que estaba en un lugar muy diferente y cargado de esa energía que a veces se encuentra en el Camino.
Más adelante y con más tiempo les voy a contar sobre el cura Elías Valiña, que desde aquí comenzó con el renacimiento del Camino, el Cáliz de la Sangre y otras historias referentes, por hoy, les digo que cuando entras a esta Iglesia te sientes inmediatamente conmovido.

Al paso me recorrí todo el pueblo que no cuenta con más de treinta o cuarenta casas, varios lugares de comida y negocios de venta de recuerdos y parafernalia asociada con el Camino. Me senté en un bar y de a poco vi llegar a la multitud de peregrinos, entre ellos los de la “barra” con la que hace días venimos conviviendo. De a uno o dos, todos cansados, sudorosos y hediondos, llegaban con una sonrisa en la cara, por el lugar que habían encontrado y por la satisfacción de haber terminado una etapa por demás exigente. Pasaban por la mesa donde yo estaba, se tomaban una fría y de apuro partían para conseguir albergue. Mi pregunta y la respuesta se repetían con cada uno que llegaba… ¿y Jordi?... viene más atrás y hoy anda lento.
Me parece que de golpe, ese día le pegaron sus 60 años, que lo sorprendieron en media montaña. A medidas que pasaban las horas, ya habían llegado casi todos, prontos para festejar con el Catalán, que de cierta forma era el cemento que mantenía este grupo unido.

Nos comimos unos chuletones en una gran mesa de piedra que se volvió nuestro campamento y punto de reunión, cambiábamos historias y cuentos del viaje, pero siempre con un ojo mirando hacia la entrada del pueblo, donde esperábamos que en cualquier momento apareciera Jordi. Al pasar de las horas, me entro a preocupar que mi amigo y compañero de viaje, inseparable, hubiera tenido algún percance.
Deje al grupo en el bar, compre una Coca Cola bien fría y la envolví en unas hojas de periódico para evitar que se calentara. De a poco comencé a desandar la ruta, montaña abajo, para ver si lo veía venir, escudriñando la distancia hasta donde se podía, buscaba con ansias, esperando verlo. Salí unos 600 o setecientos metros hacia abajo, el sol caía con maldad y dureza sobre los hombros, el camino escabroso era más feo para bajar, de lo que había sido para subir. Raúl venía a paso lento, lo espere a la sombra de un arbusto, cuando llego a mí me aseguro que Jordi venia más atrás pero bien y no muy lejos.

Unos diez minutos después, divise a mi amigo, su figura inconfundible, de largas patas flacas, se desplazaba más despacio de su normal, pero avanzaba. Sentado en una roca lo espere, ya contento de saber que todo estaba bien y que no se había arruinado la celebración que le teníamos preparada, con torta y todo. Cuando le di la Coca Cola fría, se le ilumino la cara, había tenido un día difícil y se le notaba, juntos seguimos cuesta arriba y el camino se nos hizo más corto.
Por suerte ya teníamos alojamiento, porque a esta hora el pueblo ya parecía una romería, peregrinos, bicigrinos y turigrinos, habían invadido y colmado todos los espacios, al punto que los taxímetros del lugar, se estaban haciendo la zafra llevando gente a lugares en los alrededores, donde todavía quedaban algunas camas disponibles.

Ya en la tardecita, todos juntos otra vez, comenzamos con los festejos, que duraron hasta como las diez de la noche. Yo había quedado impresionado por la iglesia, así que me retire solo para ir a misa. Vale decir que la misa estuvo hermosa, pero lo que más recuerdo, es q ue se hizo con las puertas abiertas, la solemnidad de la ceremonia, se veía puntuada por los cantos, música y risas que llegaban desde los bares y restaurantes del lugar, que a pocos metros de distancia, estaban todos repletos.
Al volver, Jordi y Yo nos fuimos a cenar juntos, descansamos un poco del jolgorio general, cenamos opíparamente, brindamos por sus 60 y después de unos chupitos de orujo, nos reunimos nuevamente con el grupo, que a esta hora ya muy contentos, tenían preparada una gran Tarta de Santiago para cerrar la celebración.


En todo sentido, fue un día muy especial, donde el grupo, firmemente consolidado disfruto mucho… después todos a dormir, porque esto no termina aquí, ya que hasta Santiago no paramos.

Hacia O'Cebreiro, si San Cono quiere y me ayuda

A la hora de partir de Villafranca del Bierzo, éramos dos los heridos, Valentina y yo, con toda la buena intención del mundo, me prepare para los casi 30 km. que nos separaban de O’Cebreiro, los pies me seguían torturando, le dije a los compañeros que siguieran que yo no sabía si había llegado al final de mi ruta.
Sabía que Valentina con sus pies todos llagados tomaría un ómnibus a la salida del pueblo, así que me decidí a ir con ella aunque fuera unos kilómetros para acortar la etapa. Me torturaba el pensar que no llegaría a Santiago, pero en ningún lugar había leído que el Santo esperaba que te mataras para llegar.

Con dolor en el alma y en los pies, me subí al bus, me baje en un paraje llamado Trabadelos, así que acorte el tramo en unos diez km., la decisión era que si no podía llegar a O’Cebreiro por mis medios, después de esto, me tomaría locomoción hasta Santiago y de ahí directo a Madrid, ya que mi sueño era llegar al Obradoiro a pie, ya lo intentaría otra vez.
Me dope, con unas pastillas de antiinflamatorios que había comprado el día anterior, me saque las botas y medias, después de un baño de Réflex, masajee mis talones y tobillos hasta calentarlos bien. Calzado de vuelta retome el Camino, iba por todo o nada.

Al principio me pareció tan fácil, que pensaba que no iba a tener dificultades, la etapa se había reducido a un total de 20 km., con voluntad y una petaca de orujo que llevaba en la bolsa me haría duro y llegaría.
El paisaje era hermoso, la senda se hacía llevadera, atravesé unos ríos de aguas claras y rápidas, de a poco el cuerpo me daba mensajes positivos, los analgésicos trabajan horas extras, se me habían deshinchado los pies y tobillos, el orujo me ayudaba a no preocuparme, así que contento y silbando chacareras, avance a paso rápido y seguro. Se fueron once km. como si nada.

OOOOOPPPPPSSSS!!! Al llegar a un lugar llamado Herrerías, las pantorrillas empezaron a llamarme la atención, creo que me querían decir que ahora empezábamos a subir y que nos esperaban casi ocho km. de sacrificio. Les di otro baño de Réflex, tome bastante agua, me comí un plátano que Jordi me había dado el día anterior y sin mirar hacia el horizonte, para no asustarme, le pegue un largo beso a la petaca de orujo, le pedí a mi San Cono amigo que me ayudara y me lance a pie firme hacia el destino final.
Desde la salida en Villafranca a unos 500 metros de altura, seguimos casi sin cambiar de nivel hasta las Herrerías, donde de continuo en siete km. se sube a los 1296 del pueblo de O’Cebreiro. La mochila se hace cada vez más pesada, el bordón se vuelve el tercer pie de apoyo, el sol que cae a rajatabla te quema la nuca y la traspiración te corre por la columna vertebral hasta empaparte los calzoncillos.
El único consuelo, es el paisaje hipnotizador, en un momento mirando hacia las partes bajas, veo que un colchón de nubes blancas, cubre todo un valle, parece un mar de espuma que te hace gozar de alegría por la belleza que la naturalesa pone delante de tus ojos. Camine casi una hora con esa vista, se hacía fácil porque no pensaba en el esfuerzo.

El sendero ahora serpenteaba en la montaña, yo solo, pensaba donde estarían mis amigos, a los cuales los había aventajado, en bus. El pueblo no aparecía, pero por mis cuentas, no estaba muy lejos, la pendiente se acentuaba cada vez más, en un momento me di vuelta y camine un trecho corto de espaldas, para aliviar el dolor de pantorrillas, porque sabía de qué si me detenía… no podría llegar.
Afloje el cinturón del pantalón, afloje la cincha de la mochila, a esta altura ya respiraba por las orejas, los pulmones me quemaban, las sombras habían desaparecido y el sol se divertía con mi sufrimiento. A la derecha del camino, un muro de piedras se alza como dos metros, el repecho me muestra árboles frondosos y clavado en uno de ellos un cartel… 

Albergue a 300 metros… Bienvenido a O’Cebreiro.
La alegría fue tanta, que me colme de emoción y lloraba sin control, el miedo que tenia de no llegar y tener que abandonar, me había torturado todo el día, ahora ya estaba a 300 metros, contento vacié lo que quedaba de la petaca de orujo en mi boca, me seque con una camiseta el sudor, arregle mi camisa y mochila. 

Minutos después entraba al pueblo como el muchachito de las películas del oeste, firme, altivo y con aire de ganador. Al rato me desmaye en la cama del primer cuarto que encontré.
Después  les cuento más de este pueblo que parece escapado de un libro de fabulas y del cumpleaños de Jordi que celebramos el resto del día.

Si todo sigue como va, hasta Santiago no paro, San Cono me acompaña de cerca y me ayuda en secreto.